Malena tiene algo que contar (CAPÍTULO 5)

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 (CAPÍTULO 5)

―No puede ser hijo mío―se persignó estremecido el padre Manuel

―Tú mismo la viste morir, en tus brazos, según me contaste años más tarde en una confesión.

―Es cierto padre, se lo dije y fue verdad, ella murió en mis brazos, pero también le conté “mi secreto”, la última voluntad de Malena… ―temblaba Ramón sin poder evitarlo, recordando las últimas palabras de Malena: «Un día regresaré a buscarte, necesitarás mi ayuda y yo necesitaré la tuya, mi amigo…lo miró con sus ojos color violetas. Hace unas horas… vendí mi alma al diablo. Sí, lo hice por venganza… ¡NECESITO VENGARME!

 No. No te sientas culpable, me equivoqué al no hacer caso de los consejos de mi pobre madre… hoy pago justo castigo a mi desobediencia. Nunca olvides estas palabras Ramoncín; volveré, aunque seguramente, ni puedas reconocerme».

El padre Manuel no dejaba de persignarse, como si el mismo demonio le estuviera hablando, parecía no entender, o, no quería entenderlo.

―Hijo, dime, ¿qué quiere Malena de ti?

Ramón tragó saliva con dificultad, parecía costarle hablar.

―Padre… ella quiere que yo entierre con mis propias manos a quien la mató.

El padre Manuel enrojeció y su respiración se hizo agitada y pesada.

―p… pero, ¿sabe dónde está? ¿O dónde encontrarle? ¡Dime, Ramón! ¿Lo sabe? ―el grito lanzado por el padre Manuel en la última pregunta puso de manifiesto a Ramón que el señor cura estaba tan preocupado o más que él por la venganza de Malena. Eso lo alivió, pensó que cuanto menos no estaba solo y por un momento se sintió apoyado y respaldado. Al fin y al cabo, tampoco entendía el “capricho” de Malena porque él fuese quien enterrase a su asesino.

«¿Por qué no matarlo y dejar que se lo coman los buitres carroñeros? ¿A qué venía ese interés en darle sepultura y encima, dársela él?»

Pobre Ramón, si tuviera el poder de entrar en las mentes ajenas y “leer” la del Padre Manuel, no se lo estaría preguntando. Pero claro, él no era Heriotza. Tampoco quiso nunca preguntarle al padre Manuel por la extraña mancha de su cuello y que, ligeramente, parecía la sombra de una mariposa.

Mientras en un lugar no muy lejano a la iglesia. Heriotza se tenía que enfrentar a un peligro inesperado, estaba vez ella no era la cazadora, sino, la presa.

La tenían miedo y esta vez habían logrado contratar a unos profesionales muy peligrosos y de calidad. Iban a por ella, no cabía duda de que "a alguien" les estorbaba. Los tres esbirros sonreían, estaban muy seguros de que nadie les iba a impedir "su trabajo" y ya se veían victoriosos. (Nada más equivocado), nunca supieron de "dónde" salió "aquello" fue algo así como un meteoro girando y dando volteretas hacia donde se encontraban y a una velocidad imposible de detectar por el ojo humano. El ser, en un centelleante movimiento llevó sus dos manos a la espalda y al volverlas a enseñar llevaba sendos sables, tipo sable pirata, usado hacía más de cuatrocientos años antes de Cristo por corsarios. Y los movió ágilmente en las narices de los esbirros, no dejándoles tiempo ni para el asombro. En poco menos de unos segundos acabó con todos ellos, pudiendo verse tres cadáveres dispersos por el suelo, «como un puzle roto y descompuesto en unas grotescas formas (nada geométricas), y en medio de unos rojizos charcos de sangre».

Una vez y se deshizo de aquellos cobardes, "El meteoro" se plantó frente a Heriotza y sonriendo la besó, entrelazando una fracción de segundo, sus lenguas. Después, la guiñó un ojo... desapareciendo tan rápido como vino.

Heriotza se quedó tan perpleja que no pudo o quiso, detenerlo. Por primera vez en muchos años ella fue la primera sorprendida, ¿gratamente?

En el intercambio de saliva, su boca quedó impregnada de su sabor a hierba luisa y a yerba buena y la de él quedó infectada a salitre, azufre y... muerte; del alma de Heriotza, emponzoñada y endemoniada.

Aunque no por mucho tiempo... Heriotza tenía "mucho por hacer" y poco tiempo para hacerlo y eso a ella no se le olvidaba.

Su venganza estaba aún inconclusa y debía "esmerarse" sí quería tener "contento" a su amo. Al menos hasta lograr aniquilar al único culpable de que albergara en su cuerpo y en su alma tanto odio. ¡SE LO DEBÍA Y LO IBA A PAGAR CON CRECES!

―Nena, ese odio va a ser tu perdición―Escuchó tras de sí, luego de una risita socarrona.

No se volvió, conocía demasiado bien a su dueño, sabía que Isaac era un "buen perro" y no iba a desobedecer nunca a su amo. Tampoco le venía mal tenerlo siempre tras su culo, por lo menos, en algunos aspectos, se lo tenía cubierto.

Estaba cerca, muy cerca de su objetivo, lo olía… hacía tiempo que sabía dónde encontrarlo y… Ramón era parte de su plan para desenmascararlo. Él solito caería en sus manos.

HERIOTZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora