Capítulo 3: Servicio de mayordomo.

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Era una noche fría, y otra vez se encontraba el muchacho en su cama enteramente confundido.  Y esta vez, con mucha más razón. ¿Qué era eso que había sentido la otra noche? Ya habían pasado dos días desde aquel incidente. El chico evitaba los ojos de su mayordomo a toda costa, y estaba mucho más distante de lo normal. ¿Él lo habría notado? "Seguramente se estará riendo de mí" Decía mientras se revolvía en las sábanas.

—No debí haber dicho lo bien que se sentía. —Masculló para sí mismo, con remordimientos.

Se puso furioso consigo mismo. Un Phantomhive jamás debe vacilar. "Este maldito demonio me está haciendo mal" Se reprendió. Además, era imposible que sintiera algo por Sebastian, era ridículo. ¿Quién podría sentir algo por ese demonio? ¿Quién podría si quiera llevarse bien con alguien tan sarcástico y teatral? Era hasta gracioso pensarlo.
Él no le quería. Espera, ¿No le quería? "La verdad es que lo necesito, pero eso no significa que lo quiera, ¿No es así?" se dijo, y así su cabeza empezó a llenarse de dudas de nuevo.

Sentía sus labios y cuerpo hormiguear, anhelando las manos de su mayordomo y recordando su gentil toque. Exhaló, molesto, y nuevamente comenzó a divagar.

Al final pensó tanto y sintió tantas cosas, que terminó por quedarse dormido.

A las ocho de la mañana Sebastian entró al cuarto de su amo. Descorrió las cortinas y la habitación fue bañada en luz, sin embargo, el muchacho no se despertó. Depositó la bandeja con el desayuno en la mesita de noche, y se aproximó hacia el conde. El demonio le dedicó una sonrisa burlona a su amo. Era tan irónico verlo dormir... Las pestañas largas, el cuerpo delicado, la cara impasible y el cabello revuelto. Era realmente contrario a lo que cualquiera se imaginaría como un conde vengativo y lleno de odio.

—Joven amo, es hora de despertar.

Ciel se movió en la cama, se incorporó, y con los ojos entre abiertos tanteó el brazo de su mayordomo y tomó el té.

—El desayuno de hoy consiste en té kukicha o té en rama, el cual se obtiene de las ramas y tallos de la misma planta del té verde y el té negro. Como acompañamiento tenemos un bizcocho de chocolate y almendras.

El conde con desinterés dio un sorbo y se sentó en el borde de la cama.

Sebastian empezó a desabotonar su camisón. Ya habían pasado dos días desde aquello, y el mayordomo notaba que los chupetones poco a poco empezaban a desaparecer, dejando la piel igual que antes.
Eso en cierta parte le molestaba, ¿Su amo iba a seguir pretendiendo que nada había pasado? ¿Todo volvería a ser como antes? No, eso era imposible, además el conde estaba frío y distante (Más de lo normal), lo que daba a entender que estaba consciente de la tensión del ambiente. No podía permitir que su amo fingiera que no había ocurrido nada. Sebastian lo deseaba. Lo deseaba demasiado como para parar, y ahora que se había dado cuenta de ello tomó la decisión de apoderarse de su amo por completo.

El muchacho terminó de desayunar y Sebastian se encontraba abrochando la hebilla de una de sus botas.

—Joven amo, ¿No va a decir nada de aquel incidente?

El conde adoptó una expresión de desconcierto, ¿Qué debería responder? ¿Qué se puede hacer? ¿Debería decirle que lo olvide? "Sí, es lo mejor" pensó el chico.

—Puedes olvidar lo que pasó hace dos días. —Le respondió restando importancia al asunto, fingiendo no estar para nada afectado por la situación.

En el fondo, ya estaba acostumbrado a fingir. Era su especialidad.

—Sabe, joven amo... —Comenzó a decir el demonio acercándose a él. Lo hacía como un animal se acerca a su presa; de manera imponente y lenta—. Yo no tengo intenciones de olvidar lo sucedido... Además, por más que me lo ordene se me haría imposible olvidar algo de esa índole.

Ese mayordomo, tentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora