Capítulo 6: La dulzura del mayordomo.

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A la mañana siguiente, Ciel amaneció con su mal humor habitual, pero multiplicado por mil. Estúpido demonio. Estúpida vida. Estúpidos todos. Solo quería terminar el asunto e irse a su mansión. ¡Ah, su cómoda y acogedora mansión! Le daba igual que Bard desintegrara todo a su paso o que Meyrin y Finnian fueran unos idiotas. Ansiaba su mansión más que nada en ese momento. Maldita la hora en la que había aceptado ese asunto que le encargó la reina. Como era obvio, no podía negarse a su majestad ni en esta vida ni en la siguiente, pero podría haberlo pospuesto un poco por lo menos.

Se levantó para mirarse en el pequeño tocador con espejo de la habitación. Su cabello estaba desordenado, sus labios algo secos, tenía marcadas ojeras violáceas y sus ojos azules estaban hinchados. Había llorado demasiado anoche. Se frotó los ojos, cansado. Sus dedos se tamborilearon contra la madera del tocador, nerviosos. Con ese aspecto no iba a engañar a nadie. Tenía que ir a lavarse la cara y pensar en alguna forma de no verse como si estuviera muerto. No por fuera, por lo menos.

Había sido demasiado para él. Demasiado para su pequeño corazón que, de por sí, ya era frágil. Se maldijo a si mismo con quincuagésima octava vez por no tener el suficiente valor de decirle que lo amaba y enredó sus dedos en su cabello desordenado, tirándolo hacía atrás y despejando su frente unos pocos segundos.

Hasta ahora, el estúpido Sebastian consideraba lo que hacían como un "Servicio extra". Eso lo tenía destrozado. ¿En serio podía ver como un servicio más algo tan personal como lo era eso? solo lo hacía por el contrato. Estaba seguro. Sintió como se le oprimía el pecho, mientras en su garganta se hospedaba un sabor acerbo.  Cuando uno ama a alguien, y este le rechaza, se puede decir que a uno le han roto el corazón. Pero, ¿Qué se dice cuando eres tú el que piensa las cosas solo? ¿Qué pasa cuando uno se rompe el corazón a si mismo torturándose con meros pensamientos? Eso no es culpa de esa persona, es culpa de uno mismo, finalmente. El pensamiento de que Sebastian nunca le correspondería de manera sincera se confirmaba cada vez más en su cabeza, y no le gustaba para nada. Miró por la ventana. "Deben ser como las seis de la mañana", aproximó. Dejó caer su menudo cuerpo nuevamente en la cama, frustrado. Tenía ganas de dormir. Dormir para siempre y por siempre. Cuando dormía no pensaba en tristeza, ni en problemas, ni en dolor, ni en nada.

Era rico, pero su vida en ese momento era una
completa miseria. "Irónico, ¿No?" Bromeó amargamente para sí, burlándose de su desgracia. Suspiró, revolviendo su desordenado cabello mañanero y cerrando los ojos. Cada vez que tomaba consciencia y pensaba en su situación actual, se veía peor a sí mismo. Quería desaparecer sin dejar ningún tipo de rastro, como si se lo hubiese tragado la tierra o su cuerpo de hubiese disuelto de la nada.

Estaba tan perdido en sus cavilaciones, que no escuchó el ligero golpeteo que resonó en su puerta. Y tampoco escuchó cuando esta crujió y se abrió, dejando ver a Sebastian llevando una bandeja plateada.

— ¿Qué le pasa, joven amo? Se ve pensativo —Dijo el mayordomo, dejando la bandeja en la mesita de noche. Ciel se sobresaltó y abrió los ojos.

—Toca la puerta —Carraspeó, malhumorado. Sebastian solo asintió con un movimiento de cabeza. Los ojos del mayordomo viajaron por la cara del muchacho. Sus ojos, sus labios, sus mejillas... Algo no andaba bien. Tal vez... ¿Había sido demasiado duro con él anoche? Después de todo, solo era un niño. Y un mortal, además.

— ¿Se siente bien? — Inquirió, con obvia referencia a lo que había pasado la noche anterior. Las pálidas mejillas del conde tomaron un poquito color.

— ¿Por qué habría de sentirme mal? — Le espetó, subiendo un poco el tono. Sebastian profirió una risita.

— Por nada en particular — Respondió, guiñándole un ojo. El chico desvió la mirada. Ese tipo de cosas hacían que le gustara más. Odiaba que le guiñara el ojo por esa misma razón. Se veían tan... tan... Es que no sabía cómo describirlo. Sentía raro en la pancita.

Ese mayordomo, tentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora