Los años sin el muchacho pasaron tan pesados como el plomo y se sintieron tan, pero tan tediosos, que Sebastian lamentó su inmortalidad. Había pasado siglos y siglos vagando por la tierra. Consumiendo almas con cualquier oportunidad que se le diera, volviéndose un poquito más despreciable a cada bocado. Habían veces en las que veía chicos aleatoriamente caminando por las calles de Londres y se devolvía a mirarlos con rapidez, jurando haber visto a su amo en uno de ellos. No paraba de pensar en él ni por un momento. En la mansión habían varias fotos de Ciel, así que, antes de desaparecer sin dejar ningún rastro, aprovechó para colarse dentro de ella y sacar unas cuantas. Solo y solo por eso, es que no había olvidado los detalles de su cara. Habían pasado más de 200 años y aunque su memoria fuera privilegiada, sabía que se olvidaría de algunas cosas. Otras cosas, sin embargo, seguían frescas en su memoria. Como cuando sus labios se fruncían y su mirada se desviaba ante el doble sentido, su mal humor por la mañana, su afición por el ajedrez y la forma en la que siempre prefería dormir mirando hacia la ventana.
Donde había estado alguna vez la mansión Phantomhive ahora tan solo había terreno vacío, hierba mala, maleza seca y tierra infértil (Créditos a Finnian). Algunas veces Sebastian iba a merodear por ahí, pensando en la época en la que su mayor preocupación era que los otros sirvientes quebraran platos y rostizaran carne hasta el punto de lo incomible. Y otras, cuando andaba por la cuidad, se quedaba con la mirada perdida en los anuncios de Funtom, compañía la cual más tarde fue heredada por Elizabeth y su familia, por ser considerada la persona más cercana a Ciel debido a su compromiso. Esa empresa luego fue heredada por sus hijos, nietos, y así la ruleta siguió girando hasta caer en manos de alguien que Sebastian no conocía ni quería conocer.
No se había atrevido a irse de Inglaterra, tampoco. Era algo que lo ataba al recuerdo del muchacho y no quería dejarlo ir. Ya había olvidado como sonaba su voz, como se sentía su peso en sus brazos, como sabía su boca y que tan suave era su cabello. Ya no recordaba la sensación de sus manos alrededor de su cuello ni tampoco sabía con claridad cómo habían sido las noches que pasaron juntos. Todos eran recuerdo inconexos y difusos, lo único que lo mantenía cerca de su amo eran Inglaterra y el nombre que éste le había dado.
O al menos, así había sido hasta el momento.
El trabajo de mayordomo en el año 2016 está extinto en Inglaterra y prácticamente en todo el mundo. El té ya no es como antes, ni tampoco son necesarias las cartas. Todo el mundo se entera de todo en un segundo y solo la gente con un especial aprecio al arte se interesa en los juguetes de madera. La homosexualidad no es mal vista ni un pecado, la medicina es mágica en comparación a la de 1889 y la gente es cada vez más grosera. Todo había cambiado en muchos sentidos y jamás recuperaría esos días en la mansión de nuevo. Por eso, y consumido en desesperación, Sebastian decidió intentarlo.
— Si niega una vez más tener fe, ya nunca podrá volver a Dios ni a sus cultos —Afirmó Sebastian con un deje algo burlón mientras daba pasos lentos y pausados por la habitación, haciendo que la vieja madera se quejara bajo sus pies. "Dios no saldría de su sabático ni aunque yo matara a la actual reina para vestirme con su piel", pensaba para sí mismo.
— Ajá, sí —El muchacho rubio clavó sus ojos claros en Sebastian.— ¿Podemos saltarnos toda esta porquería? —Rodó los ojos, mordiendo el piercing metálico de su rosado labio en señal de impaciencia—. Dios ya sabe dónde puede meterse su moral. Quiero mi contrato. Ahora.
— Eso estamos haciendo. Viendo las clausulas del contrato —Sebastian le dirigió una fingida mirada severa que se disolvió en diversión cuando enarcó una ceja—. Si se retira una vez—Continuó—, el contrato no se realizará.
El muchacho bufó, volvió a jugar con su piercing y Sebastian cayó en cuenta de que era alguna especie de tick nervioso. Estaba nervioso. ¿Tanto quería el contrato? Terminar con quienes mataron a Luka no iba a traerlo de vuelta, la venganza era inútil. Hasta un humano sabe eso.
—¿Esta es la parte en la que me quito la ropa y tu decides en dónde poner esa marca diabólica tuya? —Apresuró Alois, reclinándose en la silla con descaro mientras abría de a poco su chaqueta de cuero. Sus delineados ojos azules dedicándole una mirada lasciva mientras mordía su labio.
Sebastian torció un poco el gesto. Su amo jamás habría dicho algo así, aunque lo desease con cada célula de su cuerpo, aunque ardiera en deseos de tirarse a sus brazos. Este chico era... Maleducado, descarado. Un pequeño e insoportable idiota. Pero, ante la ausencia de su joven amo, pensó que quizá podría acostumbrarse a él.
Silencio. Las lentas pisadas de Sebastian caminando alrededor del muchacho eran lo único que se escuchaba.
— Alois.
— ¿Disculpe?
—Mi nombre es Alois. Alois Trancy —Aclaró—. Tú no me has dicho el tuyo.
Los pasos cesaron y el semblante de Sebastian cambió repentinamente. Se volvió triste, amargo. Alois no notó su repentino cambio de humor, demasiado preocupado de subir las piernas al escritorio en un fallido intento de provocarlo.
— ¿Y?—El chico rompió el silencio mientras enarcaba una ceja, su mirada volviendo de nuevo al demonio.
— Sebastian. Sebastian Phantomhive—Murmuró, mirando hacia el suelo con melancolía. Porque nunca más iba a darle a nadie el poder de ponerle un nombre ni de llamarle de otra forma que no fuera como su amo lo había hecho.
Porque siempre, siempre iba a ser Sebastian.
Hola ❤️.
Me sentía mal dejando al final I sin epílogo, porque quedó demasiado abierto y todo eso. Además, esta era mi idea principal de final cuando empecé este Fic ^-^. No tenía contemplado lo de Alois siendo un imbécil, pero creí que quedaba genial con su personalidad eso de ser como rebelde, ustedes saben.
*La canción de multimedia es solo ambientación, la letra no tiene nada que ver con el capítulo. Solo quería poner algo bien bonito y sad.*
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Ese mayordomo, tentado.
FanficLo más similar que tienen los demonios a sentir calidez es la simpatía que pueden poseer por un ser inferior, como un gato, por ejemplo. O el deseo egoísta de guardar algo o alguien para sí mismos. Por lo tanto, Sebastian no tiene idea de qué se...