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Entramos a su habitación y Peeta se mete al baño con los bañadores que le ha dejado Annie.

- Este casi que no – dice cuando sale con el primero puesto. Le va grande, se lo tiene que sujetar para que no se le caiga. Seguro que eran de Finnick ...

- Este si – le digo cuando sale con el segundo. Tiene un cordón con el que se lo ha podido ajustar, así que no se le caerá.

- Si, este si. Venga, tu turno – me dice mientras me lanza la bolsa con los bañadores.

Entro al baño y abro la bolsa. Uno es entero y el otro de dos piezas. Espero que me valga el entero.

Pero no tengo suerte, me queda bastante grande, Annie no se ha debido dar cuenta de que no era mi talla.

- Katniss, ¿sales ya? - me dice Peeta desde el cuarto porque estoy tardando mucho.

- No. No me queda bien – le digo.

- Oye, no vale – replica – yo he salido con los dos. Venga, sal ya.

- No puedo ir con este – le comento al salir – se me va a caer en el agua.

- A probarte el otro – me ordena en broma - y no tardes que tengo sueño.

Me pruebo el de dos piezas y la verdad es que me vale, no se me cae, pero ... no puedo ir con esto a la playa. Se me ven todas las cicatrices de la espalda y el estómago. No quiero que me vean así, y menos Peeta. Sé que es una tontería pero no me siento cómoda.

- Katniss, ¿todo bien? - pregunta Peeta preocupado al otro lado de la puerta de nuevo por mi tardanza.

- Si, es sólo ... - y me callo.

- Katniss, ¿qué pasa? ¿no te vale? - suena inquieto.

- Si, me vale, es sólo que ... - de nuevo no sé cómo continuar.

- Abre, por favor, me estás asustando – abro la puerta porque sé que lo está pasando mal sin saber que me sucede.

Peeta entra y me mira.

- Pero si te queda perfecto. ¿Qué es lo que te ocurre? - me dice.

- No puedo ir con esto a la playa Peeta – le contesto sin mirarle. Tengo los brazos sobre mi estómago tapando todo lo que el bañador no consigue.

- ¿Por qué? Si te queda bien. Este no se te cae, es de tu talla – dice confundido.

- No lo entiendes, no puedo ir con esto – le susurro.

- ¿Es por las cicatrices? - de nuevo me asombra lo mucho que me conoce. No contesto y él entiende que ha acertado – yo también las tengo Katniss, pero ¿qué más da? Todos saben que las tenemos. Además las peores cicatrices son las que no se ven. ¿Crees que Johanna no tiene marcas de las torturas del Capitolio? ¿O Annie? Ven, vamos al cuarto.

Me conduce hasta la habitación y me sienta en la cama.

- Tu ya conoces parte de las mías – y es cierto, todas las noches mis dedos recorren las que tiene por el torso - ¿puedo ver las tuyas? - dice en voz muy baja, con vergüenza – mira, voy a encender la lámpara de la mesilla que da menos luz. Si quieres le pongo mi camiseta encima para que aún se vea menos - yo asiento. En algún momento las verá, y una vez que él las vea ya no me importará nadie más. Me tumbo boca abajo en la cama, en el lado más alejado de la lámpara. Peeta la tapa con su camiseta y se sube a la cama, se acerca con cautela como cuando te acercas a un animal herido, porque eso es lo que soy, un animal herido.

Con muchísima suavidad, como si yo fuera del material más delicado que existe, sus dedos recorren lentamente cada una de mis múltiples cicatrices. Cuando creo que ha terminado hace algo que me sorprende todavía más, vuelve a trazar cada una de ellas pero ahora con besos. Delicados y tiernos besos que me hacen estremecer. Y con cada uno me demuestra lo poco que le importa que mi cuerpo esté lleno de marcas.

Luego con suavidad hace que me gire para quedar boca arriba. Y realiza el mismo proceso con las cicatrices de mi estómago.

Y yo sólo tengo ganas de llorar. Pero no de tristeza por mis marcas o por lo que las causó, sino por todo lo que me está demostrando Peeta sin decir nada.

- Peeta – le digo sentándome frente a él – aún me quieres, ¿real o no?

- Real – me contesta sin dudar – más que antes si es que es posible – tras un largo silencio añade –. Ves a cambiarte para dormir, se hace tarde.

No me pregunta lo que yo siento, sabe que no sabría que responderle. Y me duele eso. Me duele seguir haciéndole daño.

Cuando vuelvo de cambiarme él está de espaldas a mi, y por su respiración está a punto de dormirse. Me tumbo a su lado y lo abrazo por la espalda, minutos después me separo un poco y trazo, como ha hecho él antes conmigo, todas y cada una de las cicatrices de su espalda.

Sorprendiéndonos a ambos, beso las que están más arriba. Él se gira y me abraza con fuerza, yo me aferro a él como si fuera mi salvavidas, y es que lo es. Si él no hubiera aparecido no sé que habría sido de mí. Habría acabado internada en un hospital o me hubiera consumido poco a poco hasta la muerte. Me agarro con mucha fuerza, posiblemente le esté haciendo algo de daño pero no dice nada. Cuando me calmo un poco acaricio su espalda, él levanta un poco mi camiseta por detrás y también acaricia la mía, calmándome por completo.

Y así en ese abrazo desesperado nos rendimos al sueño.


Dreams come trueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora