Junto a la negra sotana se destacó un sonrosado y fresco rostro. Jacintito saludó a nuestro joven, no sin cierto embarazo.
Era uno de esos chiquillos precoces a quienes la indulgente Universidad lanza antes de tiempo a las arduas luchas del mundo, haciéndoles creer que son hombres porque son doctores. Tenía Jacintito semblante agraciado y carilleno, con mejillas de rosa como una muchacha, y era rechoncho de cuerpo, de estatura pequeña tirando un poco a pequeñísima, y sin más pelo de barba que el suave bozo que lo anunciaba. Su edad excedía poco de los veinte años. Habíase educado desde la niñez bajo la dirección de su excelente y discreto tío, con lo cual dicho se está que el tierno arbolito no se torció al crecer. Una moral severa le mantenía constantemente derecho, y en el cumplimiento de sus deberes escolásticos apenas tenía pero. Concluidos los estudios universitarios con aprovechamiento asombroso, pues no hubo clase en que no ganase las más eminentes notas, empezó a trabajar, prometiendo con su aplicación y buen tino para la abogacía perpetuar en el foro el lozano verdor de los laureles del aula.
A veces era travieso como un niño, a veces formal como un hombre. En verdad, en verdad que si a Jacintito no le gustaran un poco, y aun un mucho, las lindas muchachas, su buen tío le creería perfecto. No dejaba de sermonearle a todas horas, apresurándose a cortarle los audaces vuelos; pero ni aun esta inclinación mundana del jovenzuelo lograba enfriar el mucho amor que nuestro buen canónigo tenía al encantador retoño de su cara sobrina María Remedios. En tratándose del abogadillo, todo cedía. Hasta las graves y rutinarias prácticas del buen sacerdote se alteraban siempre que se tratase de algún asunto referente a su precoz pupilo. Aquel método riguroso y fijo como un sistema planetario solía perder su equilibrio cuando Jacintito estaba enfermo o tenía que hacer un viaje. ¡Inútil celibato el de los clérigos! Si el Concilio de Trento les prohíbe tener hijos, Dios, no el Demonio, les da sobrinos para que conozcan los dulces afanes de la paternidad.
Examinadas imparcialmente las cualidades de aquel aprovechado niño, era imposible desconocer su mérito. Su carácter era por lo común inclinado a la honradez, y las acciones nobles despertaban franca admiración en su alma. Respecto a sus dotes intelectuales y a su saber social, tenía todo lo necesario para ser con el tiempo una notabilidad de estas que tanto abundan en España; podía ser lo que a todas horas nos complacemos en llamar hiperbólicamente un distinguido patricio, o un eminente hombre público, especies que por su mucha abundancia apenas son apreciadas en su justo valor. En aquella tierna edad, en que el grado universitario sirve de soldadura entre la puericia y la virilidad, pocos jóvenes, mayormente si han sido mimados por sus maestros, están libres de una pedantería fastidiosa que, si les da gran prestigio junto al sillón de sus mamás, es muy risible entre hombres hechos y formales. Jacintito tenía este defecto, disculpable no sólo por sus pocos años, sino porque su buen tío fomentaba aquella vanidad pueril con imprudentes aplausos.
Luego que los cuatro se reunieron, continuaron paseando. Jacinto callaba. El canónigo, volviendo al interrumpido tema de los pyrosque se habían de injertar y de las vites que se debían poner en orden, dijo:
-Ya sé que el Sr. D. José es un gran agrónomo.
-Nada de eso; no sé una palabra -repuso el joven, viendo con mucho disgusto aquella manía de suponerle instruido en todas las ciencias.
-¡Oh!, sí; un gran agrónomo -añadió el Penitenciario-; pero en asuntos de agronomía no me citen tratados novísimos. Para mí toda esa ciencia, Sr. de Rey, está condensada en lo que yo llamo la Biblia del campo, en las Geórgicas del inmortal latino. Todo es admirable, desde aquella gran sentencia Nec vero terræ ferre omnes omnia possunt, es decir, que no todas las tierras sirven para todos los árboles, Sr. D. José, hasta el minucioso tratado de las abejas, en que el poeta explana lo concerniente a estos doctos animalillos, y define al zángano diciendo:
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Doña Perfecta
ClassicsDoña Perfecta Benito Pérez Galdós Editorial Literanda, 2012 Colección Literanda Clásicos www.literanda.com Diseño de cubierta: Literanda Ilustración de portada: El Baile de la Vida, Eduard Munch, 1900 Tanto el contenido de esta obra como la ilustrac...