Capítulo 1.

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Mis libros son la escapatoria que yo escogí para salir de la realidad, y verdaderamente funciona. Desde que aprendí a leer, los libros son mi todo y sin ellos no sé qué hubiera sido de mí.

Llevando las cuentas de cada año que paso metida dentro de éste lugar, considero que tendré no menos de 17 o 18 años, no sé nada a ciencia cierta de mí, no sé si tengo 20 o 17 años, no sé el día que nací ni el día en que me abandonaron aquí y sin embargo no me preocupa en lo absoluto. Es primero de enero de 2016 y yo estoy en mi cama enrollada entre las sábanas...

Pienso es que éste será otro año de mierda si no hago nada al respecto. Pienso, pienso, pienso. Pienso mucho en demasiadas cosas constantemente y el único resultado que obtengo de eso es caer más bajo dentro del hoyo de la depresión, para muestra están las cortadas en mis brazos y piernas. Eso lo dice todo.

Si... acepto que soy chica débil, delicada, sensible y sola, mucho de cada una. Demasiado diría yo. Recuerdo que un día, escapándome del orfanato cuando tenía 8 años, corría y corría, sin rumbo aparente, pero, sabía lo que hacía, lo había hecho millones de veces y siempre volvía. Al final del día nadie se daba cuenta de que yo había estado ausente, recuerdo que ese día las lágrimas nublaban mi visión y yo pensaba en ¿Para qué volver? No es como si alguien me estuviera esperando o que tenía que volver por algo porque en realidad no tenía nada ni a nadie. De pronto sentí cómo mis piernas se tropezaban con algo al correr y caí, había tropezado con una piedra enterrada en la nieve y me había ganado un raspón. Grité ayuda, pero, nadie venía, en ese momento solo el frío clima era mi compañía. Entonces repasé los hechos, ahora no lloraba por mi desgraciada vida, al dolor primario lo sustituía el ardor de mi rodilla sangrando y, aunque solo por un momento, el dolor era lo suficientemente fuerte como para ocupar mi mente solo en sufrir éste y olvidar momentáneamente el dolor anterior...

...Desde ese día me provoco dolor físico cuando el dolor de mi alma me aturde, pero, solo son heridas superficiales, no soy lo suficientemente valiente como para quitarme la vida... por desgracia.

Todo tipo de esperanza o sentimiento similar se espumaron a mis 5 años cuando escuché al mayordomo y a la sirvienta hablar de mí en la oficina al lado de la biblioteca.

-"Ya está muy grande, nadie la adoptará ya."-dijeron los únicos empleados que se 'encargaban de cuidarnos'.

Y nadie más que yo tiene la culpa de eso. Cuando aprendí a leer a los 3 años por mi cuenta, curiosee hasta que entendí los términos orfanato, huérfana, abandono y adopción. No comprendía porqué nadie me había adoptado en esos tres años, pero, desde ese día me negaba a permitir que nadie más pensara en adoptarme. Cada vez que me presentaban a las parejas que buscaban adoptar sentía una sensación de odio y repugnancia inmensos a la pareja que buscaba, que, sin pensarlo, hacía todo lo posible porque no me adoptaran.

No sé si soy inteligente o lo opuesto, pero, solo el imaginarme cómo una mujer que da a luz a una bebé es tan descorazonada de dejarla tirada en la puerta de un orfanato me hace pensar que todas las madres y padres son iguales; y he aprendido a tenerle odio y rechazar a cada persona que se me acerque queriendo hacer el papel de madre.

Pero, bueno... Volviendo a la realidad. Ya me había leído todos los libros de la biblioteca. Eran de toda clase, me gustaban todos, como pasatiempo dibujo cómo imagino el rostro de los personajes, o imaginaba el contexto de la historia y dibujaba paisajes. Mensual llegaban libros, seguro que los donantes al orfanato eran escritores o qué se yo, solo me importaban los libros. También me gusta hacer ejercicio, cuando no me basta leer para estar en paz, dibujo, cuando no me basta dibujar, hago ejercicio, y como última opción está el cortarme.

Cuando leí sobre animales recuerdo que estaba pequeña y desde ese día no volví a probar nada de comida proveniente de un animal muerto, no me importaba tener que pasar hambre, y cuando la sirvienta me descubría y me hacía comerlo, vomitaba todo más tarde involuntariamente. El baño del orfanato no tiene calentadores y a duras penas puedo bañarme una vez al día.

Algo que me desagrada de sobremanera son los espejos, no estoy muy interesada en verme a mí misma y recordarme lo horrible que soy. Mi cabello generalmente es un desastre pues no soy muy amante a peinar algo que me llega por debajo de los glúteos, lo único que me agrada es que no tiene un color definido, es decir, a veces parece más marrón que rojo y a veces parece más naranja que marrón, tengo pecas por todo el cuerpo como si al nacer me hubieran tirado a un bote de basura y nunca me hubiera bañado, es lo que más odio, y que mi tono de piel es tan blanco que si no hiciera ese horrible contraste con mis pecas, seguro parecería una muerta, mis ojos son clase aparte, creo que cambian con el tiempo o con mi estado de ánimo, a veces son más grises que celestes, a veces son más oscuros, a veces parecen verde agua; lo único que no cambia de color son mis labios, siempre están rojos y son lo que menos llama la atención mi cuerpo.

Cuando pasé por la pubertad fue algo que me espantó de sobremanera, la sirvienta brillaba por su ausencia y yo no iba a ser la que le pidiera ayuda, para eso tenía a los libros. Yo me atrevo a decir que fueron los 5 años más duros de mi vida, mi busto creció enormemente al igual que mi trasero, no crecí mucho de estatura y me puse muy delgada sin importar que comiera todo lo que pudiera. Justo unos días antes de esto los dos únicos empleados (los cuales eran nuestros cuidadores) amenazaron con botarme a la calle pues ya estaba demasiado grande para que me mantuvieran. ¿Para dónde iría?

No quería imaginarme qué era peor que estar aquí, porque allá era mucho peor de seguro, no quería tampoco que me separaran de mis libros... aunque sabía que algún día pasaría. Entonces, aferrándome a algo de suerte, les supliqué que me dejaran quedarme un tiempo más y les propuse a cambio que yo podría cocinar, ya que la sirvienta odiaba eso, y también podía hacer las compras y los mandados, porque sabía que al mayordomo le daba demasiada pereza salir del orfanato. Al final accedieron.

Desde ese día cocino desayuno, almuerzo y cena para alrededor de 50 bocas, la sirvienta se encarga de los bebés, el mayordomo me da el dinero para hacer las compras de los alimentos, yo le pido más del necesario para comparar hojillas, vendas, gazas, alcohol y solo un abrigo y unas botas que, aunque no son ni nuevas ni de marca, me protegen del frío. Al principio solo cocinaba por obligación y todos los días vomitaba cuando, mientras hacía la comida, tenía que cocinar pollo o filetear la carne. Sentía pena y dolor por esos animales que perdieron la vida para alimentarlos a ellos, sin embargo, fui acostumbrándome con el tiempo y dejé de vomitar porque lo odiaba. No había peor sensación en la tierra que la que se siente al vomitar. Así con los días le fui agarrando amor al arte de cocinar poniendo en práctica toda receta que leía en los libros.

Hoy en la mañana, antes de hacer el desayuno, salí a trotar muy temprano como tengo la costumbre y cuando regresé escuché a la sirvienta que le decía al mayordomo "Puede que cocine bien, pero, si un día de éstos decide irse yo estaré muy contenta" Y escucharla decir eso me hacía sentir que nada de lo que hiciera sería suficiente, después de tanto esfuerzo así es como me pagan... Así que desde hoy voy a dejar de actuar buscando que los demás me acepten, porque sí, me importa lo que los demás piensen de mí, sino no me cortara, pero, no pienso actuar como los demás quieren que actúe, seré yo misma.

Y nada de lástima, me basta con la lástima que me tengo yo misma para sumar la tuya, no la quiero y no la necesito, no te necesito ni a ti ni a ésta puta sociedad. Más adelante les restregaré a todos en la cara que sí puedo. Ésta sociedad de mierda no va a acabar conmigo y, aunque me afecten todos los insultos, no cambiaré por nadie ni por nada.


El dolor dentro de las mentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora