Dicen que lo inesperado te cambia la vida, al menos yo oigo eso todo el tiempo, y no sé hasta que punto sea verdad. Lo único cierto en este preciso momento, para mi, es que la suerte se ha puesto del lado de mi madre este año, sí, porque de mi lado jamás, pero jamás jamás estuvo.
Lo siento, creo a nadie le interesa mi patética vida, ¿verdad?...el punto es que los nervios en momentos como este, hacen que mi cerebro se ponga a trabajar a mil por hora y justo cuando realmente lo requiero se queda en blanco, como la vez que dí mi examen de aprobación para saber cuál era mi nivel adecuado en violín, o la vez que Jason Hamilton (chico que en su momento alborotaba mis hormonas-en el buen sentido-), me preguntó la hora. En fin a lo que me refiero es que por un error, GRAVE error del destino, estoy frente al "Dalton College" de New York, la ciudad que nunca duerme -Espero que esa frase solo sea metafórica y que alguien conocido de la publicidad la haya inventado para atraer turistas con muchas ganas de trabajo y dinero, porque yo, señores, lo que menos quiero es desvelarme, y mientras más rápido termine el día mejor-.
—¿No cree que ya es tiempo de bajar?—pregunta socarrón el taxista, ya que si fuera él quien debe adentrarse allí, sería más comprensivo.
— Sí, supongo. Aquí tiene—digo entregándole la tarifa.
Ya fuera del taxi, los pequeños nervios que daban indicación de ser primer día de clases y que debía entrar en algún momento; de forma presurosa se transforman en una "crisis nerviosa", ya que mi capacidad para reaccionar de forma "armónica" y coherente, en este preciso instante, se encuentra interrumpida transitoriamente. A este paso, deberé optar seriamente por clases de yoga.
Me abofeteo mentalmente y juntando valor comienzo a caminar.
El gran portón negro se abre de par en par para de este modo dar la bienvenida a sus alumnos y por alguna razón mis pies empiezan a temblar -Maldita sea la hora en que mi madre conoció al director de esta institución-. Acomodo mi mochila, respiro hondo y comienzo a avanzar al interior.
Al entrar a simple vista, te topas con una decoración arquitectónica muy contemporánea, se diría que de mediados de siglo. Cuadros y pinturas por doquier, muebles de estilo francés muy sofisticados y una inmensa alfombra bordó, que cubre todo el interior del establecimiento. Pero lo que en verdad destaca son imágenes de artistas conocidos, como por ejemplo, Clare Danes, siempre radiante y bonita...y yo aquí, con un cabello rebelde y todo alborotado, ¡parezco un espantapájaros!.
Más allá de todo lo lindo y la decoración, si eso me hizo sentir mal, una simple imagen, pues lo que me rodea, y es de carne y hueso, sin una pizca de photoshop, al menos en vivo, son los chicos y chicas que asisten aquí, parecen sacados de una película de Hollywood. Entonces mi teoría es que refuto la anterior, pues si antes me creía solo un espantapájaros, en este momento, me siento un extraterrestre, un bicho raro que solo está aquí ocupando un lugar en este espacio y aportando un barato oxígeno.
Corro al baño como si mi vida dependiera de ello, y es que verdaderamente es lo único que se me ocurre en momentos como este. Cierro detrás mio la puerta y me miro al espejo...ahora, además de ser, un espantapájaros, un extraterrestre, un bicho raro y todo los calificativos que le puedan poner a una persona como yo, que se encuentre en el estado en que me encuentro YO; parezco un fantasma, pálido y bruto. Realmente no sé si exista un calificativo que de en el clavo con lo que parezco ahora, lo único que sé, es que mi madre se las verá conmigo en cuanto llegue a casa.
— No hace falta que planches tu cabello, estarás bien.
Si claro...
Empapo mi rostro con agua y le doy forma a mi cabello -si es que a lo que hago se le llama dar forma, y si es que a lo que tengo se le podría llamar cabello- seco mis manos y mi rostro, y pellizco mis mejillas para darle un poco de color al fantasmagórico reflejo que el espejo me muestra.
