Prólogo

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24 de septiembre del 2013

Un monovolumen negro es conducido por un señor de cincuenta y un años desde Portland, Mine, hacia Midtown, Manhattan, en el estado de Nueva York. Dentro van cuatro personas, incluyéndolo, y un pequeño perro de melena blanca y enrulada. La señora del conductor, Brigitte Adams, se encuentra mirando una revista de tejidos que la divierte e instruye para los suéteres de navidad que pronto tiene que empezar a hacer para sus dos hijos, los cuales se encuentran en la parte trasera del vehículo, con el cinturón de seguridad puesto como todos los demás. La mayor, April Bennett, es una adolescente de dieciocho años que ama escribir, leer, cantar- aunque a ella no le guste como lo hace- y hacer manualidades. Tiene el cabello rubio natural, mas apagado de lo que lo tenía en su niñez, y posee unos hermosos ojos miel verdosos, aparte de tener un rostro que no llega a ser de niña pero tampoco alcanza la adultez, sino que declara por ella su madurez. Una copia de su madre en la juventud, dirían su familia materna. Le gusta mirar el paisaje de ruta, con arbustos prolijos y verdes, algunos con flores, otros vacíos, lagunas por aquí y por allá, que se va convirtiendo demasiado rápido en edificios de todos los tamaños y colores. En la punta contraria de los asientos traseros se encuentra Bradley Bennett, hermano de April e hijo del señor y la señora Bennett. Brad tiene doce años y se entretuvo todo el camino con su consola portátil y el reproductor de música de bolsillo. Empieza su primer año de escuela secundaria o middle school, pero no se siente tan feliz por ello. Ha dejado a todos sus amigos en Back Cove y no tiene la seguridad necesaria como para hacer nuevos, o eso piensa. En su ciudad natal tampoco tenía tantos que digamos, solo dos buenos amigos: John y Peeta. Aunque prometieron mantener contacto a través de las redes sociales y juntarse en las vacaciones, Bradley desconfía de ese juramento que sus amigos y él hicieron minutos antes de subirse al coche donde ahora se encuentra, con destino a una ciudad a cinco horas de ahí. Brad tiene la apariencia de un chico de 12 años encogido. Su rostro es aniñado, sus rasgos son finos y su cabello castaño que, por lo largo que lo tiene le forma un flequillo que él se tira para un costado, solo lo ayuda a tapar su angelical carita. De comentarle aquella opinión omnisciente de Brad a April de seguro empieza a gruñir. No tienen una relación de hermanos muy buena. Seis años de diferencia los deja en puntos opuestos de la adolescencia. Toman un desvío de la ruta y bajan hacia Midtown. Cuando Roger Bennett, el abogado, conductor, marido de Brigitte y padre de April y Brad, avisa que han llegado a destino, los chicos empiezan a celebrar en la parte trasera. Diez minutos después Roger estaciona el auto frente a un edificio, de unos quince pisos, con estilo moderno. En una placa se puede leer: "Editorial CLH".

― Familia, espérenme aquí que voy a avisar que llegamos.― dice el señor Bennett con una sonrisa, verdaderamente aliviado de haber abandonado la ruta.

― ¿Por qué papá entró en esa editorial?― le pregunta April a su madre.

― Porque lo llamaron para trabajar ahí.― responde Brigitte sin dejar de mirar su revista.

― ¡Gane!― exclama Brad.

― ¡Cállate! ― protesta April. Brad la mira y le saca la lengua.

― Basta los dos― gracias al cielo que la señora Bennett detuvo lo que podría haber sido la cuarta guerra mundial, pero en el coche.

Al fin, el monovolumen negro se detiene frente a una casa de tres pisos, igual a todas las demás casas de la manzana. La planta baja es de piedra marrón claro y las dos de arriba son de madera color blanco. Tiene ventanas de aluminio al igual que la puerta, a la cual se llega subiendo cuatro escalones. La familia baja alegre del coche, el cual es estacionado en la entrada de la cochera por Roger. April no espera a que su madre le diga que vaya a escoger su cuarto, se encamina dentro de lo que ahora es su casa y sube las escaleras, sin dar ni un ápice de importancia al living vacío de paredes empapeladas y con placas de madera, al igual que el piso. Cuando se encuentra en la planta alta ve cuatro puertas, todas de madera blanca. Abre la que tiene enfrente encontrándose con un cuarto sin muebles pero de bellas paredes color crema y piso de alfombra y, al ver que la puerta siguiente es el baño, se adueña de ella. Dos horas después llegan los muebles en dos camiones. La familia ayuda a acomodarlos en sus respectivos cuartos de manera que quede todo perfecto. April, ya feliz con su cama, su escritorio con su computador portátil, su biblioteca petisa llena de libros junto a la mesa, y su escasa ropa, se echa a dormir. Pero el grito de su madre la despierta media hora después, tras haber sido tocado el timbre. April sale de su habitación como un zombi, y mientras baja las escaleras acomoda su cabello y tira de su short de jean.

Todo gracias a un muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora