Capítulo 7, Promesas.

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¿Por qué nuestro ocupado Presidente, había metido una carta en mi bolsillo?¿De que querría hablar? Acaso, ¿Quería disculparse, por lo que le había pasado a mi querida madre? Tenía mil preguntas en la cabeza y no sabía que hacer con la carta.

Así que llegó un momento, en el que estaba tan nervioso, que todo mi cuerpo temblaba, así que mi enorme curiosidad ganó y al fin abrí la carta. Lo primero que decía era quién enviaba la carta y para quién estaba dirigida, yo. En los bordes había una pequeñas rosas dibujadas en lila claro, pero a mí me pareció muy cursi. ¿Tanto le gustaban las rosas?

Sonreí con la broma que había hecho, pero no era el momento adecuado para tonterías. Lo siguiente que venía era un texto, no demasiado largo, con una bonita letra pintada con pluma y por lo que me pareció, el papel olía a rosas. Me pareció que el Presidente se hacía viejo y que aquello daba cuenta de lo mal que estaba, porque con escribir lo que quería tenía bastante, sin tanta decoración. El texto que venía en la carta, me dejó helado, decía:

Tengo fe, en que lo que pasó ayer no perjudicará, en nuestras relaciones, porque si te das cuenta, tu madre podría haber impedido, que nuestro bello país que es Panem, dejase de funcionar. Y te vuelvo a repetir, no te enfades conmigo, yo no tengo la culpa de que tu madre no pensara en lo que era lo mejor para ti o para toda tu familia...

El texto seguía un poco más, pero decidí que era mejor dejar de leer todas las tonterías que el viejo me contaba, así que preferí hacer con la carta una bola de papel y tirarla. Le terminé de echar un vistazo, pero me di cuenta de que había un párrafo aparte, que empezaba con Postdata y lo leí. Lo que decía no hizo más que alimentar el terror y el miedo que corría por mis venas. Decía:

Postdata: Nos veremos en los Juegos del Hambre, que disfrutes hasta ese momento.

Grité. Grité y lloré, no quería morir, así que fui corriendo y llorando como un niño pequeño que se ha caído a que alguien me dijera que aquello era mentira. Mi padre estaba dormido en su habitación recuperándose, de las heridas que tenía. Yo me abalancé sobre él y le zarandeé para que despertase. Al fin despertó y al ver mi cara llena de miedo y terror, sólo pudo incorporarse, para fundirnos en un abrazo.

Al rato yo y mi padre salimos de la habitación, y nos fuimos a la mía, quería ver aquello que me había hecho llorar. Yo me senté en mi cama, dándole la espalda a la carta. Mi padre la leyó para sus adentros entera, pero no estaba ni triste, ni furioso, nada. Cogió la carta la arrugó y la cogió entre sus manos. Yo puse sobre su hombro, mi mano como prueba de que sabía lo mal que lo debía estar pasando.

Mi padre me cogió las manos y me dijo - hijo, sé que esto es muy duro, así que te pido que para hacer frente a aquellos que quieran hacerte o hacer daño a otras personas a las que quieres, que te entrenes muy duro.

No sabía que podía contestarle, pero me pareció que lo más adecuado era decirle lo que tenía pensado - papá, creo que voy a meterme en la escuela de profesionales, para pelear y como dices tú, proteger a la gente que quiero - le dije, un poco triste, pero si había que esforzarse por conseguir algo aquel era el momento y meterse en la academia, era lo que necesitaba. Así que cuando se lo dije, me dio la impresión de que le daba una pequeña alegría, confiaba tanto en mí que pensaba que yo podría limpiar el buen nombre de esta casa.

- Si hijo, lo mejor que puedes hacer es entrar en la academia, para convertirte en profesional, pero...- me miró a los ojos muy intensamente - prométeme que no harás lo mismo que los demás profesionales, no te presentes como tributo voluntario, no podría ver como mi único hijo, se ofrece como voluntario, para ir a morir, como los soldados en la antigüedad, ¿te acuerdas?

- Sí, me acuerdo de los jóvenes que pensando que salvaban a su país, se iban a la guerra para no volver. Vale papá, te prometo que no me presentaré como tributo voluntario - le miré a los ojos y pude ver un brillo muy intenso, creo que era orgullo. Me dio unas cuantas palmadas en la espalda, me besó en la frente y se marchó a su habitación. Le dolía todo el cuerpo y debía recuperarse en reposo.

Así que me calenté la fría sopa y desayuné para más tarde volver irme a mi habitación para seguir recuperándome, mientras Annie y su madre se ocupaban de mantenernos a mi padre y a mí cuidados y bien alimentados.

Me despierto en la tarde, ya estoy un poco mejor, ya no me duelen las muñecas, pero si que noto un poco de escozor. Me recomienda la madre de Annie, que me quede todo lo que pueda en reposo. Así que durante todo el día, me quedo muy aburrido en la cama sin hacer nada. Voy de sueño en sueño todo el día, hasta que llega la noche y de un sobresalto me despierto. Miro la hora y veo que hace justamente una día a mi fallecida madre, a mi padre y a mí, nos secuestraron.



Historias de Finnick Odair.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora