Capítulo 6, La carta del presidente.

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 Estoy horrorizado. No me puedo creer que la persona más importante de mi vida, halla... muerto. Una extraña sensación, me corroe, podría matar a todo aquello que se me pusiera por delante. Ya todo me da igual, la sangre de otra persona manchando mis manos, lo que puedan decir de si soy un asesino o no, de lo mal que me pueda sentir... Todo se va, se aleja de mi mente, cómo todos los bellos momentos, porque el odio que siento, se lo lleva todo.

Espero en mi lugar esperando a que se me acerque alguien, que me quite los cables y así poder cebarme con él. Puede que no tenga culpa, pero que nadie, halla ayudado a mi madre, me hace el mundo, éste mundo... me asquee. Veo como alrededor de el cadáver de mi madre, se forma un pequeño charquito con su sangre.

Estoy hipnotizado, ahora me acuerdo de mi querida vecina, a saber lo que le harían durante un día entero. Ahora me fijo en mi padre. Mira al frente, pero puedo ver que sobre sus mejillas, caen lágrimas, que intentan consolar su enorme dolor, pero por más que lo intentan, es imposible.

A nuestras espaldas, abren una puerta y no sé cómo lo hacen pero sin acercarse a nosotros, nos desatan y el cuerpo de mi madre cae al suelo, sin que podamos hacer nada, produciendo un ruido sordo. Yo inmediatamente me abalanzo sobre ella, por lo que me mancho con su sangre, mi padre se acerca, muy apenado, se sienta enfrente mío y comienza a acariciarle el pelo. Le baja los párpados, le posiciona los brazos y le entrelaza las manos.

Al rato mi padre me dice - Finnick, tenemos que vengarnos. Esto que nos han hecho, no nos ha debilitado, al contrario, nos ha hecho más fuertes aún. - esto es lo único que me dijo. De pronto Snow, entró y con las manos dentro de los bolsillos, pude ver que por dentro se reía de nosotros, por ser débiles.

Yo lo único que quería era que nos dejara solos, pero no, ahí estaba, hablándonos - si he de ser sincero, me ha dado mucha pena lo que he tenido que hacer, así que no os preocupéis por el funeral de vuestra madre, porque será...

- No, mi esposa será incinerada - le cortó mi padre, con rabia.

- Pero no quieres que tu hijito pueda sincerarse con ella, hablar delante de su tumba, ponerle flores... - dijo Snow, riéndose.

- No le hace falta, porque la lleva en el corazón y si quiere sincerarse con ella, sólo tiene que pensar en ella y sabrá si lo que hace está bien o mal...

- Muy bien, bueno pues ahora os vais con el cadáver de la mujer ... - y eso fue lo último que recuerdo, porque nos volvieron a dormir, para que no supiéramos donde íbamos, o ha donde nos llevaban.

Pero desperté, en la cálida cama de mi habitación y en lo único en lo que pude pensar fue en que todo había sido un horrible sueño, pero no, había sido demasiado doloroso cómo para que fuera una pesadilla. Noté algo en las muñecas, las toqué y tenía vendas en ellas, ¿Quién me las habría curado?

En ello pensaba cuando alguien tocó en la puerta. Instintivamente me escondí bajo las mantas, pero no había peligro.

Annie entraba con un gran cuenco y una cuchara, lo puso todo en la mesilla, acercó una silla a mi cama, volvió a coger el cuenco con la cuchara, se lo puso todo entre las manos para que no perdiera el calor, se sentó y me miró. Lo hizo muy intensamente, parecía que intentaba decirme algo, pero que no sabía cómo decirlo.

Yo sabía que quería hablar, así que empecé yo - Hola Annie, ¿Qué tal? Intentaba aparentar normalidad, pero todo lo que conseguí fue que de mis ojos salieran lágrimas amargas.

Me miró y de pronto de sus ojos empezaron a emocionarse, dejó el cuenco en el suelo y empezó a llorar desconsoladamente e intentó explicarme lo que había sucedido, sin mucho éxito - Hola Fiinnick, y... yo...l... lo... lo siento, n...nos o-obligaron a...a estar encerrados en... en casa. No no sabíamos nada, so-olo que de-debíamos quedarnos e...en casa, muuy callado-os y-y s... sin salir d...de-de casa...- lloraba y yo sabía que intentaba disculparse, aunque no sé porqué, ella no tenia culpa alguna, así que aparté la sábana y me puse a su lado.

Ella se abalanzó a mi regazo y yo la abracé, tanto que quería fundirnos en uno. Me acababa de dar cuenta, de que lo que sentía por ella no era simplemente amistad, había algo más, pero no sabía lo que era, sólo que no quería que ella jamás volviera a estar sola y ni que nada ni nadie, le hiciera llorar. Me di cuenta de que para Annie, era muy importante que mi madre estuviera en su vida y cuando se enteró de que había muerto, se sintió fatal, entonces fue cuando quise preguntarle porque mi madre, era tan importante para ella.

Pasó un buen rato, ella y yo estábamos tendidos en mi cama, recordando los bellos momentos. Yo le acariciaba suavemente el pelo. Y entonces me preguntó - Finnick, ¿ahora, que vas ha hacer? porque sin tu madre no sé, volver a la rutina va a ser muy duro.

Yo me quedé un momento pensando - no sé, creo que me haré profesional. Me internaré en la academia de niños que se preparan en combate para ir a los juegos del hambre.

Annie me miró horrorizada - ¡oh, Finnick, no puedes hacer eso, te convertirás en una persona fría que mata por placer. Matarás a otros niños igual que tú, que son inocentes, que han sido obligados a ir al Capitolio! - Me miraba suplicante, con los ojos llorosos y enrojecidos. Creo que pensaba desde hace algún tiempo en lo que yo iba a hacer de mayor.

La miré sorprendido, no esperaba que me dijera eso y menos de la forma en como lo había hecho, así que le contesté dulcemente - Annie, yo no me voy a convertir en una persona de ese tipo, yo no soy así, te prometo que cuando salga de los entrenamientos diarios, serás la primera a la que visitaré. ¿Vale? - sonreí para que sintiera que no estaba sola, entonces fue cuando me abrazó y me besó en la mejilla.

Se levantó de la cama y se recogió el pelo en un moño. Me miró, sonrió y me dijo - Finnick, eres tan bueno como siempre, eres un cielo. Ah por cierto, tenías una carta en el bolsillo. No sé que hacía ahí pero tiene el emblema del capitolio - Me miró queriendo saber que decía la carta, pero me dio la impresión de que aquello era mejor no contárselo a nadie, además quería mantener a Annie fuera de todo lo que tuviera que ver con el Capitolio para que no sufriera más, así que la miré serio y le pedí por favor que me dejara solo.

Ella, resignada salió de la habitación, aunque me pidió que me tomara la sopa.

Yo, acepté y pero hasta que no salió de la habitación no abrí la carta, pero antes de nada me fijé en el remitente. El remitente era el Presidente Snow.


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