Llegamos a casa, entre caminando, tocando las paredes, conocía la casa, entre a mi habitación y no quise salir por semanas.
Mi madre sufría en silencio, mi hermana mayor buscaba mil formas para alegrarme, pero nada llenaba ese vacío, esa angustia de no poder ver a la gente que amaba, la luz del día, sentía que mi vida había terminado.
Pasaron semanas en la oscuridad de mi vida, la tristeza y el dolor.
Un día sentí como la presencia de Dios llenaba de alegría mi corazón, algo inexplicable sucedió, no me sentía más triste, ni sentía la agonía y el dolor de mi oscuridad.
Le dije a mi madre "mami vamos al club de conversación del Instituto Mexicano Norteamericano de Jalisco, así que comencé a ir al Club de Conversación dos veces por semana.
Le comentaba a mi hermana mayor de mi compañero del club que no era de mi agrado pero al pasar las semanas lo fui conociendo mejor.