Einer.

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Abrió los ojos forzudamente, para mantenerse vivo. Miró a sus alrededores, todo lucía espeluznante e igual. Lo principal era la oscuridad que reinaba por donde volteara, pero luego, si te fijabas bien, en cada detalle, te encontrabas con un viejo mueble que simulaba un clóset en la esquina derecha, un espejo lleno de polvo y telarañas. Sí, muchas telarañas. Aparte, se encontraba la cama sobre la cual él estaba atado. Pie izquierdo, muñeca de la mano derecha, a la esquina correspondiente de los fierros de la cama. Dejó caer su cabeza nuevamente sobre aquella almohada mal rellenada y por lo tanto, incómoda. Aunque aquel castaño ya estaba acostumbrado, digamos que en cinco meses uno logra adaptarse a un ambiente. Lo que Donghae no supera, ni a lo que se acostumbra es... La no presencia de aquel chico rubio que le robó el corazón.

Su corazón latió con fuerza al recordar a Lee Hyukjae. Pronunció su nombre con la voz temblorosa y suave, lleno de temor. Sus labios se movieron débilmente y comenzó a hipar. Trató de contener el llanto sin mayor éxito. Su cuerpo convulsionaba por sobre las sábanas de aquella cama. Sus extremidades dolían. Su piel erizada por el frío. Sus lágrimas corrían por los trazos ya marcados de cada lágrima que ya había sido derramada con anterioridad.

Donghae realmente no sabía que habían pasado cinco meses. Creía que había pasado más de un año. Otras alucinaba que todo era un mal sueño y eso nunca había sucedido, que era otro día más y que Hyukjae cruzaría la puerta saludándolo con un beso en los labios. Nuevamente comenzó a sollozar. Seguramente la primera opción era la más creíble, llevaba siglos en esa podrida habitación y Lee Hyukjae lo debe haber olvidado. Tal vez el rubio ya tenía un nuevo novio o novia y era feliz.

Susurró su nombre repetidas veces en busca de compasión, cerró sus ojos fuertemente y gritó. Alguien golpeó tres veces la puerta antes de entrar, dejando a la vista a una pequeña niña, de no más de trece años, usando simplemente una camisa blanca, rasgada y sucia, por encima de su pequeño cuerpo, le cubría solo hasta la mitad del muslo. Traía entre sus manos una bandeja con comida, cerró la puerta con un pequeño empujón del pie y comenzó a caminar hacia Donghae, sentándose en la cama, junto a él, le sonrió tímidamente.

-Hola... -saludo ella, apenas la pudo oír, sus palabras se ahogaban en su garganta.

-Hola -saludó de vuelta evitando quebrarse frente a ella. La niña dejó la bandeja con cuidado sobre la cama un momento, en el que acomodó la almohada de Donghae para que su cabeza estuviese levemente levantada, luego con ambos pulgares le limpió el rostro secando cualquier rastro de lágrimas, volvió a tomar la bandeja y sujetó una cuchara con su mano derecha.

-Hoy has gritado mucho -comentó acercándole la cuchara con comida a Donghae, este la sostuvo en su boca para poder comer- ¿Haz... pensado en él? -su voz, era un susurro todo el tiempo, un susurro ahogado, que si no te tomabas la molestia de escuchar simplemente se confundía con el silencio y dejaba de existir.

-Nunca dejo de pensar en él -confesó el castaño luego de masticar. La niña llenó la cuchara nuevamente y la dirigió hasta los labios de Donghae.

Terminó de comer en silencio. Ella le limpió los restos de comida del rostro, le dedicó una sonrisa igual a la inicial y con la bandeja de platos vacíos, abandonó aquella habitación.

Ese lugar era realmente espeluznante. Aquel hombre de bigote y barba tenía una larga lista de secuestros que le servían, entre ellos estaban Donghae y aquella niña llamada Sidney. Al parecer el hombre degustaba una colección de chicos y chicas de distintas edades, razas y países. Donghae no entendía el propósito. Simplemente era un psicópata más en el mundo, pero este sobrepasaba límites. Otro de los secuestrados hizo su aparición en aquella habitación luciendo un bóxer negro gastado. Traía en sus manos un trapo viejo y un balde con agua.

-Hae... -Tragó saliva, nunca era capaz de avisarle de manera apropiada lo que le esperaba, pero Donghae entendía perfectamente. Harry no entraba por otra razón que no fuese esa. Iba, lo limpiaba, lo arreglaba y se iba. Para que luego entrase aquel hombre y cometiese vulgaridades de todo tipo. Era su única función.

-Hey, está bien... -intentó animarlo, pero soltó un gemido agonizante seguido de un sollozo. Quería que Hyukjae fuese y lo rescatase de ese infierno. Harry dejó caer algunas lágrimas por su rostro, apenas tenía diez años y le costaba no compadecerse de los demás, por más duro que tratase ser.

Harry se acercó hasta Donghae y comenzó a pasar aquel trapo viejo con agua por las piernas desnudas del castaño. Estrujó el trapo y siguió por los brazos, luego le levantó la camiseta para pasar el trapo por su abdomen y terminó, pasándolo por el rostro de Donghae de forma cuidadosa. El mayor, con su mano libre, la izquierda, tocó el pecho de Harry.

-¿Duele? -inquirió sin despegar la vista de la gran cicatriz que llevaba el menor, solo se escuchó un sollozo como respuesta. Harry limpiaba una y otra vez sus lágrimas tratando que parasen, sin mayor logro- Lo lamento... -susurró Donghae derramando una lágrima silenciosa, el pequeño asintió y se fue.

Unos pasos fuertes y determinados se hicieron oír hasta llegar a la puerta y entrar a aquella habitación. Él había llegado, y tal y como las otras veces, Donghae no tenía escapatoria. El hombre se acercó mientras desabrochaba su cinturón.

-Hola bonito, ¿me extrañaste?




Próximo encuentro {EunHae}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora