17: Carta de despedida

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Debió haberlo esperado. Rebecca no querría dormir en un ataúd. Los miedos humanos no se abandonan de forma tan sencilla por el simple hecho de transformarse en vampiro.

¿Por qué usas un ataúd si puedes dormir en una cama?, había preguntado Rebecca en una ocasión, hacía muchos años.

Es una vieja costumbre, había respondido él. Nadie se atrevería a abrir un ataúd. Es la mejor forma de protegerte del sol en caso de que alguien intente acercarse mientras duermes.

Dejó a Rebecca dormir en la cama a sabiendas de que ella no querría utilizar el ataúd. Sería inútil el intentar siquiera convencerla.

Durante los cuatro años que Alessandro había pasado con ella, su relación nunca había ido muy lejos. Solo eran amigos. Ahora que las cosas habían cambiado, también eso parecía haber dado un giro radical.

«Nunca antes me había besado así

Su compañera.

Quería protegerla más que nunca.

«La necesito más que nunca

Sin embargo, ahora ambos se encontraban en las mismas condiciones: también la buscarían a ella por ayudarlo. Rebecca también terminaría por convertirse en una fugitiva, y ni siquiera forzándose a separarse de ella sería útil. Si lo hacía, los Collingwood podrían atraparla sin importar que él no estuviese a su lado y... no quería ni pensarlo.

No era posible.

Era su compañera.

Sus vidas se habían ligado de una forma que iba mucho más allá que el de una amistad. Mucho más allá que una pareja.

Sin importar que la enviara lejos, ahora Rebecca era parte de él, y él de ella.

A pesar de que notó que ella parecía anhelar pedirle que se quedara a su lado, a pesar de que él mismo sintió el deseo de quedarse en la cama con ella, no lo hizo.

Se sentía demasiado inquieto como para intentar dormir, ni siquiera en el ataúd. Sabía que debía hacerlo, que debía descansar, pero algo seguía inquietándolo y no sabía por qué.

Estaba seguro de que los Collingwood no los habían seguido, o que al menos les habían perdido la pista en la segunda estación en la que el tren se detuvo, así que Alessandro sintió que estaban a salvo de momento.

Paseó por la casa durante largo rato, hasta antes de que el sol saliera por completo. Se sentía mucho mejor, al menos físicamente, pues aún sentía toda la culpabilidad y la tristeza por la pérdida de su hermano pesando sobre sus hombros, como un nudo muy apretado en el lugar donde suponía que se encontraba su corazón.

«Un corazón que jamás ha latido.»

Respiró profundo una vez, pero eso solo le bastó para detectar el aroma de vampiro y darse cuenta de qué era lo que le inquietaba desde el momento en que habían entrado a la casa.

La tranquilidad se esfumó de golpe.

De inmediato, todos sus sentidos se pusieron en alerta mientras comenzaba a inspeccionar la casa hasta encontrar el sitio donde el olor era más fuerte. Cerró los ojos y volvió a olfatear el aire, intentando detectar el olor mezclado con la esencia a vampiro.

Cuando por fin encontró el aroma, abrió los ojos de repente, sintiendo como si su corazón quisiera comenzar a latir de una forma desbocada. Aún sin entrar en la habitación, lo buscó como loco en la oscuridad, desesperado, sintiendo que la desesperación se abría paso en su pecho mientras observaba atentamente en todos los rincones, sin encontrarlo.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora