2: Vampiro

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Rebecca luchó por soltarse de su agarre, pero el vampiro parecía ser más fuerte que varios hombres. Luchó por apartarlo, tirando también de su cabello, pero daba la impresión de que él ni siquiera lo notaba.

El pánico invadió su pecho cuando sintió los labios fríos hacer contacto con su cuello, seguidos de unos afilados colmillos abriéndose paso en su piel. Su pulso se aceleró, al igual que su respiración, al sentir la adrenalina correr por sus venas.

Sin embargo, aquello sólo pareció hacer que el vampiro comenzara a succionar su sangre con un mayor frenesí.

Sintió los latidos del corazón en la garganta, justo donde los labios del muchacho hacían presión. Quiso gritar, pero comenzó a sentirse mareada, a sentir que su conciencia la abandonaba. No era dueña de su propio cuerpo en ningún sentido, e incluso sus pensamientos comenzaban a volverse confusos. Poco a poco dejó de sentir sus pies y sus manos y, a pesar de que luchó por mantenerse despierta, sus ojos se cerraron.

Finalmente terminó por rendirse. Sus piernas perdieron su fuerza y sintió que su cuerpo comenzaba a caer al piso. El vampiro se agachó a su lado, sin soltarla en ningún momento.

La puerta se abrió de golpe. Alessandro levantó la cabeza, seguro de que aquello sólo lograría atraer a un nuevo testigo indeseado y, por lo tanto, a una nueva víctima.

Maldijo por lo bajo y tomó a Rebecca en brazos, moviéndose lo más rápido que pudo y entrando a la puerta del fondo de la enfermería. Un baño.

Se sentó y dejó a Rebecca sobre el suelo, casi recostada contra su propio pecho, y tapó la boca de la chica con una de sus manos heladas.

—¿Rebecca? ¿En dónde estás? —preguntó la voz de Catherine al no verla en su cama.

El corazón de la muchacha se aceleró. Tendría que gritar, sería la única forma de salir de ahí con vida...

Pero luego imaginó lo que ese monstruo haría si Catherine llegaba a acercarse.

Terminó por apretarle la mano con la que la sujetaba, esperando que entendiera lo que ella quería decir.

Los ojos azules medianoche de Alessandro se encontraron con los de Rebecca, encontrando en ellos una sencilla súplica.

Alessandro le soltó los labios.

—No te preocupes, Catherine —dijo Rebecca sin dejar de mirarlo a los ojos—. Sólo estoy en el baño.

—¿Estás bien? Te escuchó rara, mi niña...

—No te preocupes. Sólo me sentí un poco... mareada. Iré a dormir en un instante.

Rebecca temió que ese ir a dormir tuviese un significado muy diferente, dada su situación.

Pero sabía que si permitía que Catherine se acercara, ella también terminaría muerta. Así que se mantuvo callada mientras escuchaba que la mujer le deseaba buenas noches, seguido de sus pasos alejándose y el sonido de la puerta que se abrió y se cerró.

No se escuchó nada más.

Rebecca cerró los ojos, esperando a que el vampiro terminara su trabajo.

«Voy a morir. Voy a morir. Voy a morir.»

Sin embargo, el vampiro no se movió. Se quedó ahí, quieto como una estatua, con la cabeza de Rebecca recostada sobre su pecho.

Cuando ella abrió los ojos, preguntándose por qué no sucedía nada, se encontró con que Alessandro la miraba fijamente, casi con curiosidad. Sus cejas casi se unieron cuando frunció el ceño y sus labios se volvieron una fina línea, aún manchados de sangre.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora