Durante los siguientes cuatro años siguieron vagando por Europa y después Asia y África.
Volvieron a Europa a principios de 1945, pero como la guerra aún seguía, volvieron a salir de ahí.
A pesar de sus esfuerzos, los Collingwood aún se mantenían muy poco por detrás de ellos, amenazando con alcanzarlos, así que tuvieron que pensar en alguna forma en que ambos pudieran dejar el continente sin encontrarse con ellos o sin toparse con algún problema por culpa de la guerra.
La única opción viable en la que Alessandro pudo pensar fue en separarse.
—¡¿Qué?! —exclamó Rebecca cuando él le planteó la idea.
—Es lo único que se me ocurre. Ellos me seguirán a mí, y yo puedo hacer que me pierdan el rastro y después encontrarme contigo en algún otro lugar del mundo.
A pesar de que intentaba hacer que su plan sonara racional, pudo notar que la tristeza se pintaba en su rostro.
—No quiero alejarme de ti.
—Yo tampoco. Pero no toleraría que te hagan daño.
—No puedo estar tranquila si tú no...
—Basta —dijo tajante—. No quiero que te hagan daño.
—Yo tampoco quiero que te hagan daño a ti —refutó Rebecca con terquedad—. No me hace ninguna gracia tener que esperar... y pensar que podrías no volver...
—Siempre volveré —respondió él, abrazándola y pegando su frente con la de ella—. Volveré a ti, sin importar qué pase.
Rebecca lo miró a los ojos unos segundos antes de asentir despacio.
—Siempre volveré a ti —repitió, haciéndolo sonar como un juramento.
Decidieron que ella partiría hacia el oeste y Alessandro al este, y que se encontrarían de nuevo en México en exactamente cuatro meses.
Rebecca tomó su camino hacia América, siguiendo las indicaciones que Alessandro le había dado, haciéndole saber en dónde podría encontrar alguna casa de la familia Hawthorne donde ella pudiera quedarse durante el día.
Por su parte, él viajó solo en dirección a Japón. Tuvo la desgracia de encontrarse con algunos Collingwood, pero nunca de frente, y dejó las islas japonesas apenas unos días antes del ataque con las bombas atómicas.
Durante esos meses, Rebecca y Alessandro lograron mantener comunicación mediante cartas, ideando una clave para poder decir a dónde enviarían la siguiente carta, de tal forma que, si el mensaje era interceptado por alguno de los Collingwood, no pudiera entenderse. Además, las enviaban por adelantado para que, una vez que el otro llegara a su destino, la carta lo estuviera esperando. Y, por supuesto, algo que ayudaba mucho era que no usaban el correo normal, sino que enviaban la carta —de forma anónima, por supuesto— con algún vampiro nómada que viajara en la dirección que ellos necesitaban.
Ángel mío:
Desde que escuché lo de Japón no he podido dejar de preocuparme por ti. Necesito que me respondas pronto. Cada noche lejos de ti es como una tortura; no veo el momento de estar juntos otra vez.
¿Cómo van las cosas con la familia? ¿Los has vuelto a ver? Yo supe algo de paso en Marsella, pero no tuve la suerte de encontrarlos.
Llevo una semana en el lugar que tú me dijiste antes; es tan pintoresco como prometiste. No me moveré de aquí hasta que reciba respuesta.
Te extraño.
Besos.
R. L.
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El último Hawthorne: Sol de Mediodía
VampirgeschichtenMi nombre es Alessandro Hawthorne. Soy un vampiro. Y soy un fugitivo. Si me atrapan, me matarán. Primera parte de la bilogía "El último Hawthorne" Finalista en los Wattys 2017 Ganadora en la categoría de "M...