Alaïs.

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Los pequeños copos de nieve caían uno tras otro en la helada noche, pegándose a la ventana de Alaïs. Ella, con sus curiosos y grandes ojos lograba ver hasta el más pequeño relieve en cada uno de estos. Su hermana mayor Alyssa, envidiaba los dones con los que Alaïs había nacido, cuáles no se limitaban a su increíble visión aun en la oscura noche, sino a su belleza, inteligencia e incluso a su forma de ser, hablar y caminar, que causaba que le fuese imposible pasar inadvertida.

Todas las noches Alyssa maldecía a su pequeña hermana, suplicando a los cielos que se la llevasen lejos y le hicieran sufrir la peor de las desgracias, pero sus plegarias siempre eran ignoradas. Alaïs entristecía a causa de su hermana, pues no se sentía bien cuando alguien cercano a ella sufría, y como sabía que no existía ningún dios que hiciera caso a sus plegarias, decidió cortarse sus hermosos cabellos, llenarse de cicatrices su suave rostro y destrozar sus ropas de seda; regalos de sus muchos pretendientes. Solo para que su celosa hermana pudiera tener la atención que tanto quería. Pero, a la mañana siguiente, sus cortes habían sanado y su cabello, aun corto, era más brillante y sedoso que nunca.

Al verla, su hermana, indignada, aseguró tener por hermana al mismo demonio, pues nadie podía sanar tan pronto, ni mucho menos poseer tal belleza. Al contarles a todos lo sucedido, horrorizados, los hombres, niños y mujeres armaron una gran hoguera para quemar a la bruja. Mientras las antorchas avanzaban, Alaïs se encontraba en su cuarto llorando desesperadamente; sin saber lo que le esperaba. No había salido en todo el día, pues no quería hacer más daño a Alyssa. Cuando la plaza estuvo lista, los pueblerinos fueron en busca de la bruja con armas en mano, pero al ver a Alaïs llorando no pudieron siquiera tocarla, pues su belleza era tal en ese momento que, todos, incluidas las mujeres, no podían hacer otra cosa más que contemplarla; todos cayeron bajo el hechizo de la chica.

Aun sin entender qué sucedía, Alaïs salió de casa buscando a su hermana en la plaza. Al ver la hoguera, y a su hermana con una sonrisa triunfante en sus labios, volvió a romper en llantos, disculpándose ella, y suplicándole que no la mataran, jurando una y otra vez que haría lo que fuera para dejar de ser hermosa. Alyssa solo la miró con desprecio, esperando a que la amarraran a la hoguera. Al notar que nadie se movía, tomó a Alaïs entre sus brazos y la ató ella misma, maldiciendo el día en que nació.

Cuando Alyssa prendió la hoguera las personas del pueblo soltaron un grito ahogado, sin poder creer lo que veían y, como si sus cuerpos fuesen controlados por alguien más, comenzaron a prender fuego a todo el pueblo.

Ellos no se movieron, no gritaron, solo murieron con sus ojos perdidos, viendo directamente a Alaïs. La cual no lograba entender por qué era la única cuya piel no se quemaba. A su lado, Alyssa gritaba con todas sus fuerza, pues era la única aparte de Alaïs consciente en ese horrible momento.

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