Recuerdo gran parte de todos mis momentos (o al menos así ocurre con los malos).
A los cinco años me partí la barbilla en más de tres ocasiones
A los seis rodé por las escaleras
A los ocho me quemé con fuegos artificiales
A los nueve resbalé en asfalto y me fracturé la rodilla
A los diez fui mordido por un perro raza pitbull
A los once uní dos cables (que no debí haber unido pues estos tenían voltaje)
A los catorce aprendí a andar en bicicleta (este proceso trajo muchos golpes en los testículos)
A los quince me percaté que soy más sensible de lo que creí
A los dieciséis aprendí a beber y obtuve mi primera resaca
A los diecisiete le dije que la quería
Nunca alguna de las nueve primeras cosas mencionadas me había afectado tanto como la décima, jamás mi autoestima y psiquis se habían sentido tan afectadas junto con mis factores físicos (insomnio y falta de apetito)...
Me di cuenta que partirse la barbilla tres veces, quemarte con fuegos pirotécnicos, fracturarte la rodilla, ser mordido por un pitbull, recibir voltaje, golpearte en las bolas, descubrir tu sensibilidad, sentir los efectos de la resaca. Nada de lo antes mencionado se compara a los efectos del rechazo que sientes por alguien a quien creías corresponderle, es inesperado y triste. Es como entrar en una religión y terminar en un sacrificio caníbal de una secta satánica, es doloroso e irónico.