Era tarde.
Las nubes salpicaban un matiz grisáceo que se esfumaba con el viento, el sonido de los carros penetraba aún detrás del vidrio del ventanal ubicado en el cuarto piso y la tranquilidad en la casa causaba una angustia fatal.
Jimin suspiró al entrar a la fría habitación, encontrando al menor plenamente dormido sobre el sofá. Su fino cabello caía alrededor de sus ojitos hinchados y cerrados, su boquita mantenía una distancia brevemente planeada entre cada labio y el tono de su piel blanca sólo resaltó entre las sabanas negras.
Dios.
Ese niño era perfecto.
El más bajito salió de la habitación con una sonrisa de envidia, estaba seguro. Nada le iba a detener.
La mañana siguiente iba a ser ese dia.
Jungkook tenía que saberlo.
