Capítulo 1.

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De improviso la confortable oscuridad de mis sueños se vio interrumpida por potentes rayos de sol que cegaron mis ojos y me vi obligada a cerrarlos al instante.

-¡Señorita!-una mano me sacudió el hombro con suavidad, y al ver que yo no respondía, lo hizo con más insistencia.

-Mhh-farfullé-. Sólo vetee...

-Señorita, en media hora tiene que bajar a desayunar y debe arreglarse antes.

No podía ser; había estado horas sin pegar ojo por culpa de las malditas pesadillas y cuando por fin me había dormido faltaba poco para el amanecer. Y ahora Lydia venía a abrir las cortinas de mi habitación y a sacudirme con toda su irritante paciencia, hablando de mis deberes. No necesitaba que me los repitiera todos los malditos días, pero la doncella era nueva y aún no había entendido que remarcar las tareas pendientes no hacía más que disminuir a nada la fuerza de voluntad que tenía al despertarme, en vez de aumentarla. Sentí una punzada en el estómago al acordarme de por qué Lydia estaba aquí. Necesitaba la calidez y familiaridad que Nana me ofrecía siempre. Ahora que ya no estaba levantarme me costaba más que nunca.

Me cubrí la cabeza con la almohada. Y por las dudas también con las sábanas y el grueso acolchado. Ah, así volvía a la confortable oscuridad y podía pensar en dormirme de nuevo...

-¡Señorita Elwine, tiene que levantarse ahora, o se quedará sin desayuno...!

No hice ningún intento por moverme.

-O peor aún-añadió ella con un tono bastante más pícaro del habitual-, la castigarán y no podrá ver al señor Dylan. ¿No quiere eso, verdad?

¡Dylan!

Me incorporé de sopetón y abrí los ojos lo más que pude.

-¡¿Vendrá hoy?!

-He oído al señor hablar de que...

-¿De qué?- la interrumpí-. ¿No es un recurso inventado para que me levante, verdad? Hasta que no me cuentes todo lo que sepas no me levantaré, entonces-le advertí.

Afortunadamente en mi casa no tratábamos a los sirvientes tan escueta y rigurosamente como se acostumbraba en toda Inglaterra. La familia de mi madre siempre se había interpuesto a la hora de seguir protocolos sin sentido, y mi padre, aunque siempre reticente, había terminado por acostumbrarse (a medias). Al menos así podía sacarles información y confiar en ellos para contarles confidencias. Como ahora.

-El señor Dylan y su señor padre Guillermo de Eu pasaron algunas semanas en la ciudad del rey, como usted sabe, pero ésta se ha acortado más de lo previsto y al parecer se han propuesto hacerle una visita a vuestro padre antes de volver a su castillo-dijo ella en voz baja y acercándose a mí, como si por decirlo en voz alta le hubiera hecho sentirse más culpable.

Me quedé en silencio procesando lo que decía, y a pesar de mis intentos por encontrarle el lado lógico y el por qué de su regreso temprano, no pude evitar sentir que mi corazón aumentaba el ritmo de las pulsaciones y que una alegría eufórica se apoderaba de mí.

Me levanté inmediatamente de la cama para asearme, mientras Lydia me seguía.

-No le dirá nada al señor, ¿verdad?-preguntó ella con voz temblorosa.

-Lydia, por supuesto que no le pienso decir nada-la tranquilicé mientras me peinaba en el tocador.

Ella asintió levemente.

-A propósito, ¿Cómo lo sabías?

-Laura lo ha oído hablar la tarde de la semana pasada con vuestro hermano, señorita.

La conspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora