De improviso la confortable oscuridad de mis sueños se vio interrumpida por potentes rayos de sol que cegaron mis ojos y me vi obligada a cerrarlos al instante.
-¡Señorita!-una mano me sacudió el hombro con suavidad, y al ver que yo no respondía, lo hizo con más insistencia.
-Mhh-farfullé-. Sólo vetee...
-Señorita, en media hora tiene que bajar a desayunar y debe arreglarse antes.
No podía ser; había estado horas sin pegar ojo por culpa de las malditas pesadillas y cuando por fin me había dormido faltaba poco para el amanecer. Y ahora Lydia venía a abrir las cortinas de mi habitación y a sacudirme con toda su irritante paciencia, hablando de mis deberes. No necesitaba que me los repitiera todos los malditos días, pero la doncella era nueva y aún no había entendido que remarcar las tareas pendientes no hacía más que disminuir a nada la fuerza de voluntad que tenía al despertarme, en vez de aumentarla. Sentí una punzada en el estómago al acordarme de por qué Lydia estaba aquí. Necesitaba la calidez y familiaridad que Nana me ofrecía siempre. Ahora que ya no estaba levantarme me costaba más que nunca.
Me cubrí la cabeza con la almohada. Y por las dudas también con las sábanas y el grueso acolchado. Ah, así volvía a la confortable oscuridad y podía pensar en dormirme de nuevo...
-¡Señorita Elwine, tiene que levantarse ahora, o se quedará sin desayuno...!
No hice ningún intento por moverme.
-O peor aún-añadió ella con un tono bastante más pícaro del habitual-, la castigarán y no podrá ver al señor Dylan. ¿No quiere eso, verdad?
¡Dylan!
Me incorporé de sopetón y abrí los ojos lo más que pude.
-¡¿Vendrá hoy?!
-He oído al señor hablar de que...
-¿De qué?- la interrumpí-. ¿No es un recurso inventado para que me levante, verdad? Hasta que no me cuentes todo lo que sepas no me levantaré, entonces-le advertí.
Afortunadamente en mi casa no tratábamos a los sirvientes tan escueta y rigurosamente como se acostumbraba en toda Inglaterra. La familia de mi madre siempre se había interpuesto a la hora de seguir protocolos sin sentido, y mi padre, aunque siempre reticente, había terminado por acostumbrarse (a medias). Al menos así podía sacarles información y confiar en ellos para contarles confidencias. Como ahora.
-El señor Dylan y su señor padre Guillermo de Eu pasaron algunas semanas en la ciudad del rey, como usted sabe, pero ésta se ha acortado más de lo previsto y al parecer se han propuesto hacerle una visita a vuestro padre antes de volver a su castillo-dijo ella en voz baja y acercándose a mí, como si por decirlo en voz alta le hubiera hecho sentirse más culpable.
Me quedé en silencio procesando lo que decía, y a pesar de mis intentos por encontrarle el lado lógico y el por qué de su regreso temprano, no pude evitar sentir que mi corazón aumentaba el ritmo de las pulsaciones y que una alegría eufórica se apoderaba de mí.
Me levanté inmediatamente de la cama para asearme, mientras Lydia me seguía.
-No le dirá nada al señor, ¿verdad?-preguntó ella con voz temblorosa.
-Lydia, por supuesto que no le pienso decir nada-la tranquilicé mientras me peinaba en el tocador.
Ella asintió levemente.
-A propósito, ¿Cómo lo sabías?
-Laura lo ha oído hablar la tarde de la semana pasada con vuestro hermano, señorita.
ESTÁS LEYENDO
La conspiración
Historical FictionUna misión. Secretos ocultos por develar. Dos nobles con intenciones totalmente distintas: un barón y el hijo de un conde. Y una sola mujer, que no puede confiar en nadie. Año 1096 en Northumbria, reino ubicado entre los lindes de Inglaterra y Esco...