Capítulo 13

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La comida en honor de nuestro matrimonio fue esplendorosa, mi familia fingió muy bien la alegría y el regocijo por el festejo, y yo hice lo mío, aunque no creo que haya convencido a nadie. Me sentía una traidora sucia y despreciable. Sin embargo, en el pensamiento de mi padre aquel era una tarea más concretada de la lista, un paso más cerca del objetivo, algo necesario para que sus planes funcionaran. Lo hacía todo de manera fría y calculadora, hasta yo me había creído que se divirtiera y disfrutara estar al lado del rey y de su mejor amigo. Yo tendría que hacer lo mismo, pero aunque lo había intentado, había sido en vano. Completa e irreverentemente en vano. Al punto de que me estaba enamorando de alguien a quien en realidad tendría que odiar. De alguien contra quien estaba conspirando para destruirlo y dejarlo sin dinero, sin castillo, sin nada. Una cárcel sería su castigo en el mejor de los casos. Y lo peor era que él se pasaría todos sus años encerrado maldiciéndome y considerándome una traidora. Porque eso era lo que era, pensé. Traidora era la palabra que mejor me describía.

El barón me miraba en todo momento sonriendo y yo le correspondía mi mejor sonrisa, porque se lo merecía, no merecía ser juzgado por lo que lo rodeaba. Él no era un mujeriego y un borracho como lo criticaban, al menos no más que los que me rodeaban. Aunque mi padre lo seguía juzgando por eso, y si yo no lo hubiera conocido o dado cuenta de que desde la primera vez que lo vi era obvio que no era una mala persona (una basura, como decía mi padre), nunca estaría en el dilema en el que me encontraba ahora. En el problema que ocupaba la totalidad de mis pensamientos.

El barón había invitado a otros nobles, entre los que se encontraba el rey y un jovencito primo del barón a quien él me presentó como Trevor de Brüm, del castillo Oxford en Oxford, Inglaterra. El niño era idéntico a su primo y me pareció encantador, no por el parecido a sir Edgar ni mucho menos, sino porque era muy sincero y yo parecía encantarle. Durante parte del baile ya no tuve que fingir alegría porque la sola cercanía al Barón me volvía una estúpida sensiblera y me sentía tan a gusto que hasta tal vez me salvara de los reproches por mi "comportamiento poco convincente" de los que siempre se quejaba mi madre.

Cuando no bailaba con el varón platicaba con Triana, y muy a regañadientes, con Lydia, que no paraba de repetirme qué suerte tenía de poder casarme con un barón tan joven y encantador como lo era sir Edgar de Brüm. Cada vez que lo decía sentía ganas de contarle la verdad: que nunca me casaría por una conspiración de la que mi padre, y también el suyo y el de Triana participaban. Ellas no sabían nada, y seguramente si yo no tuviera que haberme puesto a la fuerza en el papel de espía tampoco lo sabría.

Eso me llevó a recordar el momento en el que había aceptado formar parte de la conspiración si me contaban toda la verdad. Había sido una estúpida. Aunque en el fondo sabía dos cosas. Una, que de todas maneras me habrían obligado, seguramente amenazado (más directamente de lo que mi padre lo había hecho ya) para participar. Y otra, que aunque muchas veces deseaba que la conspiración nunca hubiera existido, si hubiera sido así nunca habría conocido a sir Edgar, nunca había descubierto todas esas verdades y roto los prejuicios que tenía sobre él. Y tal vez si no lo conociera no me importaría, pero la sensación que me daba que él siguiera estando con otras mujeres y tal vez casado, no me gustaba para nada.

Quisiera o no estaba ahí, y sentía lo que sentía.

Triana y Lydia y sus familias estaban porque eran parte de los invitados de la casa Mowbray. Como familia de la desposada nos correspondían los invitados, y aunque había sido algo improvisado para mi familia a pesar de que hubieran pedido una futura lista de invitados porque sabíamos que me propondría casamiento pero no exactamente cuándo sería la fiesta de compromiso, estaba segura de que el barón ya tenía la fiesta prevista y los invitados desde el momento en el que el rey le había dicho que tenía dos meses para casarse conmigo.

La conspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora