Capítulo 18

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Un estruendo ensordecedor sacudió los muros de piedra. Las compuertas del castillo estaban cerradas. Estábamos a salvo, aunque no por mucho tiempo. No quería alarmar a mi madre, pero yo vi el mismo miedo en sus ojos: eran demasiados.

En unos cuantos minutos se desplegaron frente a nosotros. Pude vislumbrar cómo se encastraban las piezas de hierro y madera que venían cargando los caballos. Las catapultas de nuestro castillo lanzaron la primera tanda de rocas, que se estrellaron contra el suelo. Vi a algunos soldados saliendo despedidos por el aire, como si se tratara de una piedra lanzada a un árbol y que una bandada de pájaros saliera volando asustada. Pero esta vez la piedra era cincuenta veces más grande, y los pájaros eran hombres que ahora estaban muertos.

Pude vislumbrar donde estaba el rey, rodeado por tres líneas de defensa, alzando los brazos y seguramente gritando, dándoles órdenes a las catapultas. Lo odiaba tanto que deseaba con todas mis fuerzas que una catapulta lo alcanzara y le volara la cabeza como él había hecho con sir Edgar de Brüm.

Sentí las primeras piedras contra nuestro castillo como golpes secos en el pecho. Cada una provocó una polvareda y una explosión de piedra y proyectiles que nos dificultó la visión desde nuestra posición.

Cada golpe era como una herida, no soportaba ver el castillo con partes derruidas y soldados tirados en el suelo. Estas imágenes se mezclaron con las del rey gritándome y golpeándome, y tuve que ir a sentarme a un rincón y a taparme los oídos con todas mis fuerzas, pero aún así sentía los golpes como estruendos que me vibraban en el pecho. Con cada uno sentía que todos los cimientos temblaban y que en cualquier momento la torre en la que nos encontrábamos caería.

No podría soportarlo por mucho más tiempo. Las imágenes se sucedían con intermitencia, y por más que mi madre me abrazó, no pude hacer nada por evitar romper en un llanto desconsolado, maldiciéndome a mí misma y a todo lo que me rodeaba.

No sé cuánto tiempo pasó, pero hubo un momento en el que los golpes se detuvieron. Con las pocas fuerzas que me quedaban caminé hacia la ventana y me apoyé en el alféizar. Lo que ví me hizo temblar las piernas, y por un momento la visión se me nubló y tuve que hacer un esfuerzo grande por enfocar sin que las lágrimas y la confusión me estorbaran. Un esfuerzo enorme por entender que todo lo que pasaba allí me afectaba a mí y que la muerte de aquellos hombres había sido horrorosa.

Había nubes de polvo por todos lados, tanto en el castillo como en el terreno en donde estaba el ejército enemigo. El atardecer ya casi había llegado a su fin, pero se distinguía con claridad todo lo que había en el exterior debido a la luna y a la cantidad de hogueras, antorchas y fuego que había por todos lados.

Había algunas construcciones en llamas, hombres tirados sobre los muros, con las piernas o los brazos destrozados, o las cabezas en ángulos imposibles. Todo lo que veía era destrucción y sangre. Aún así seguía habiendo movimiento. Había soldados y sirvientes que corrían de un lado a otro, y también en el campo frente a nosotros los soldados parecían estar replegándose. El rey seguía ahí, rodeado de su guardia impenetrable, con su caballo negro brillante, como desafiándome desde su posición a que hiciera algo, a que saliera y me mostrara ante él.

Sin embargo, lo que casi me hizo caerme de donde me encontraba no fue esa horrorosa escena, sino lo que vi detrás. A lo lejos, en el horizonte, se acercaba una nueva horda de enemigos, esta vez más lento, lo que significaba también por la forma que iban cobrando y el sonido que producían, que era maquinaria pesada. Lo que también significaba otra cosa: que el castillo de Bamburgh ya no podría resistir más.

Mi madre me hizo señas para que bajara con ella por la escalera de caracol, y a medio camino nos encontramos con un guardia que nos avisó de que estaban tratando de reparar los daños más importantes y de traer más provisiones, pero que ya no nos quedaba mucha defensa.

La conspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora