Capítulo 4.

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Durante el resto del baile nadie me prestó atención, ni en el camino, ni cuando llegamos a casa. Dylan ni siquiera se despidió de mí, y estuvo hablando con su padre y Gareth casi todo el tiempo.

Yo me sentía una completa estúpida, y los ignoré todo el tiempo, aunque eso no pareció afectarles lo más mínimo, es más, yo creo que ni siquiera se dieron cuenta. Pero odiaba que me ocultaran cosas y hablaran a mis espaldas sin dejarme participar. Triana notó que me pasaba algo y estuvo hablando de trascendencias y haciendo bromas para distraerme, pero no lo logró. Y Lysa...Lysa se la pasó hablando del caballero que había visto en la cena y que la había invitado a bailar. Incluso ya estaba pensando el nombre de los hijos que tendrían juntos. Si mi humor era malo, terminé hecha una furia con ella. Triana lo notó y decidió callarse.

Sin embargo, en un momento me sentí mal por ella y traté de apaciguarme. Incluso hasta logré hacer algunos comentarios sin insultos. Todo un logro. Pero era mi amiga y nunca la veía. No podía arruinar el momento con ella por un problema que era mío, y que no tenía nada que ver con ella.

-¿Qué es lo que está ocurriendo, se puede saber?-le había recriminado a mi hermano apenas nos subimos a la carroza.

-No. No puedes saberlo-me respondió él sin vacilar y fijando su mirada en la ventana, aunque afuera estaba oscuro como boca de lobo.

Sentí que la sien me estallaba.

-¡¿Por qué demonios me tratan como si fuera una estúpida?!

-Porque lo eres-alegó. Y me hice la promesa de no hablarle hasta que estuviera a tres metros bajo tierra, en mi tumba. Tan furiosa estaba que ni siquiera me alegré con la regañina que le dirigió mi madre, que insistía con que todo había sido esplendoroso y magnífico.

Tampoco nadie me explicó nada en cuanto llegamos al castillo. Cuando llegamos a casa Gareth se encerró con mi padre en su estudio, y subí a mi cuarto. El viaje me había apaciguado bastante, pero parecía que el enojo seguía haciendo mella en mí. Mi madre, por otro lado, era ajena a todo: Me sonrió y me deseó buenas noches. Habíamos tardado un día entero en el viaje de regreso, y estaba rendida. Tanto que incluso sentí que el enojo se disipaba mientras las sirvientas me desarmaban el tocado y me ponían el camisón. Mientras hundía la cabeza en la mullida almohada, los recuerdos de la fiesta se mezclaron con los sueños que estaban floreciendo en mi cabeza, y ya no pude distinguir uno del otro.

Una semana después

-Para la familia Mowbray-comenzó a leer mi mamá con una sonrisa enigmática en el rostro.

Estábamos sentados a la mesa, y los sirvientes estaban trayendo la comida. Mi madre tenía una carta en las manos que ella sola había leído, y que había llegado hacía unas horas. Se había guardado la información para ella misma, para leérnosla en voz alta a la hora del almuerzo. Todos sabíamos que se trataba de una invitación, de todos modos. Así que comenzamos a comer tranquilamente: Eran cosas que solía hacer, pensándo que a nosotros nos importaría tanto como a ella.

-Los invito a una breve comida y estadía, el quince de enero, en mi castillo de Winchester, para afianzar nuestras relaciones, y hablar de nuestra querida Inglaterra. Espera su contestación, y su aceptación a la invitación, Barón Edgar de Brüm.

Nadie se inmutó, pero yo casi me ahogo con el vino.

-¡¿Qué?! Ese maldito...

-¿Lo conoces?-preguntó mi padre, dejando su comida y mirándome con seriedad.

-Sólo de la fiesta, ya saben, la del rey-contesté, y agregué:-no iremos, ¿Verdad?

-¿Quién es?-siguió mi padre, aunque de repente pareció recordar, y sus ojos se tornaron aún más oscuros.

La conspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora