Capítulo 5.

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-No lo sé.

-Señorita, debe elegir uno.

-Cualquiera de esos está bien.

-Ni siquiera los ha mirado-repuso mi doncella, colocando los brazos en jarras.

-No es cierto-alegué, pero sabía que no era así. Hacía varios minutos que Lydia me estaba insistiendo en que eligiera uno de los vestidos que tendría que usar para ir al castillo de Edgar de Brüm, el mejor amigo del rey, que nos había invitado a visitarlo a mí y a mi familia.

-¿Qué es lo que ocurre?-preguntó ella-. Es la primera vez que haces esto, siempre te gusta elegir vestidos.

La miré frunciendo el ceño. Lydia era más una amiga que una sirvienta. Yo estaba acostumbrada a las doncellas calladas que pedían disculpas a cada rato, no a ella. Pero Lydia había servido antes a mi madre y supongo que ella le insistió en que nosotros éramos como su familia y que nos tratara como a hermanos. Y la verdad es que se lo había tomado muy en serio. En un palacio normal, como el del rey, ya la habrían echado a patadas luego de azotarla, y eso si era muy optimista. Pero mi familia no era la del rey. Mi madre siempre había tratado a todos los sirvientes como a miembros de la familia, porque así funcionaba en la suya desde que había nacido. Y Lydia era una muchacha vivaz, charlatana y con carácter, desde que era una beba (su madre, mi Nana, había vivido en el castillo desde que tenía memoria, cuando la acogimos porque estaba embarazada y no la recibían en ningún lado, y Lydia sirvió a mi madre unos meses, hasta que su madre murió y la delegaron a mí). Se había criado con mi hermano, pero conmigo siempre estuvimos un poco distantes. Yo no solía jugar con ellos, así que supuse que los primeros días que me sirvió, callada y disculpándose, era porque aún no había entrado en confianza. Pero bien que lo había hecho rápido. Demasiado para mi gusto. Pero si se lo reprochaba a mi madre me iba a venir con uno de sus largos sermones y no pensaba tolerarlo.

-Es que simplemente no me apetece ir a la casa de ese egocéntrico engreído.

-Ah, con que es eso. ¿Pero cómo sabes cómo es si no lo conoces?-replicó ella sentándose en frente mío, sobre la cama.

-¡Por supuesto que lo conozco!-exclamé, a la defensiva-. Hemos hablado.

-¿Y ha estado todo el rato hablando de su belleza y dotes, de sus ropajes y su castillo, que lo consideraste esa clase de persona?

-No.-Resoplé-. Es que...

Ella hizo un ademán para que supiera que me estaba escuchando. ¿Se lo decía o no se lo decía? Al final, viendo que no mostraba signos de desinterés, decidí decírselo. Tampoco era que tenía mucha gente para contarles mis problemas.

-En realidad no hablamos, sólo vino a presentarse.

-¿Y entonces cómo dice conocerlo tan bien?

-¡Es que no necesito hablar con él para darme cuenta! Toda la corte del rey es así. Viciosos, juerguistas, avaros, maltratadores de sirvientes. Se creen los amos del mundo. En realidad lo son un poco, pero eso no justifica sus actos. Ya sé que yo pienso así por la educación que mi madre nos dio, siempre aceptando a todos, pero hay barones bondadosos tanto como insoportables. Y él es de los segundos, estoy segura.

-Pero...-iba a replicar.

-Ya sé lo que intentas decirme. No, no soy prejuiciosa.

Ella alzó las cejas.

-Bueno, tal vez un poco-admití-. Pero tengo mis razones.

-No comprendo por qué te haces tanto problema con él, tal vez ni siquiera lleguen a conversar.

La conspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora