III - Espada contra Espadas

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*Narra Alejandro Magno*

Escuchaba a los pájaros cantar, y sentía los besos del sol en la madrugada. Me levante y salí de la tienda para ver como estaba el entorno.

A lo lejos veía a los indios, en su inútil campamento. Sólo una distancia nos separaba.

Fuí a comer para obtener fuerzas, una deliciosa carne de buey, asada al aire libre. Mi padre siempre decía que la base de la fuerza estaba en la carne.

Me levanté de la mesa para decir unas palabras a mi ejército.

-¡No os preocupéis, los dioses nos han dicho que la victoria es nuestra! ¡El Oráculo de Delfo apunta a nuestro favor! Les prometo, que por cada cabeza decapitada por ustedes, les daré 8 monedas de oro, aparte de el de su salario, pero eso si ¡Luchad por vuestra madre: Macedonia!

Y todos empezaban a  gritar: "Larga Vida al Rey, Larga Vida al Rey"


*Narra Poros*

De cierto debo decir, que la noche me abrazaba como si fuera su hijo. Y el amanecer me anunció que la cabeza de Alejandro Magno, iba a rodar como ruedan mis carros de guerra.

El hambre no me hacia falta, sólo tenía en mi mente defender a mi amado reino. Sólo agarré un pedazo de pan con vino y empecé a comerlo con ansiedad.

Me dirigí al comedor principal, donde estaba la mayoría del ejército.

Entré y me sorprendí al ver, a lo cerca que estaba mi hijo Lopso, hablando con unos jefes del ejército, al verme expresó:

- ¡Padre, que bueno que estés aquí!- decía mi hijo al verme.

-Hijo, que bueno, ¿No deberías estar en casa con tu madre?

-Padre, tu sabes que como príncipe es mi deber luchar por Paura

-Pero hijo, esto es peligroso

-No te preocupes, traje a mi tío

*Lopso señala al hermano de Poros que estaba a la derecha de él mismo*

- Thydsa, ¿que haces?

-Vine a acompañarte hermano- dijo Thydsa

-¡¿Pero esto es una reunión familiar o vamos a ir afuera a decapitar macedonios?!- exclamó Lopso

Pensé por un momento si era bueno llevar a mi familia a semejante batalla, pero al ver que me daban soporte, pensé por un segundo que si era bueno.

-Falta organizar a la infantería, los jinetes, los carros y a los elefantes- dije

-Padre no te preocupes, el tío Thydsa se encargó de eso, antes de venir

-Si hermano, verás, detrás de nosotros tenemos unos árboles, y detrás de ellos, están los elefantes- dijo Thydsa

-¡Maravilloso!- exclamé


*Narra Alejandro Magno*

Esperé, sentado esperé, me detuve un segundo y empecé a meditar las cosas buenas que había hecho, y las malas cosas también. En ese momento, sentí una brisa fresca que besaba mi rostro como besan las madres a sus hijos, y me di cuenta que era el momento de la batalla.

Me levante enseguida y me dirigí al primer batallón, cuando entré a la gran tienda, todos se levantaron.

-¡¿Que esperan?! ¡¿Que ellos vengan a atacar primero?!- grité

Todos se quedaron atónitos ante mi grito, pues creo que era la primera vez desde hace mucho tiempo que no les gritaba así.

-Adeus, ¡¿Donde estas?

-Aquí mi señor, ¿que necesita?

-¡Formen filas ya! Vamos a atacar

-Como ordene, su majestad

Me dirigí a mi aposento, para preparar todo.


Llegue y estaba mi caballo Bucefalo, relinchando sin parar, le di una manzana en señal de nuestro pacto. Con solo recordar aquel día que nadie podía domarlo, ni siquiera mi padre. El peor enemigo para mi caballo era su propia sombra, y su mejor amigo era el sol. Y yo lo ayudé a descubrir eso. Era mi mejor amigo, y yo lo era para él.

"Bucefalo, sé que lo harás excelente, has estado en cada batalla conmigo, has estado para mí siempre, no hay hombre que no haya querido tenerte como amigo, gracias"

Me subí a él, y salí afuera para formar filas con el ejercito, que estaba afuera formándose.

Todos juntos, hacíamos un rectángulo relleno, yo estaba con los jinetes y atrás de nosotros, la infantería. Estában atentos a mi señal de batalla. Pero yo estaba atento a la señal de la brisa.

Estábamos allí, a la espera de la nada. Cuando de repente, el viento me besaba, bajo la vista del sol, sobre el llano verde que yacía por debajo de nosotros.

Levanté la mirada, al horizonte, observando al rey Poros con su gente. Levanté la espada, Bucéfalo se levanto en dos patas y grité: "¡Por Macedonia!" 

Yo grité, todos gritaron. Y empezamos a correr como corren las aves por los cielos, como corren los perros libres por la pradera, como corre Macedonia a conquistar las tierras.

Corríamos rápido, a lo lejos mientras avanzábamos, lograba ver al ejercito indio formarse de prisa, no les había gustado el ataque sorpresa.


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