La semana fue como otra cualquiera. Pasó rápida dentro de lo que cabe: vendí algunos libros, vi varias veces a Chris y fui a relajarme a Greyfriars; una semana normal de la vida de cualquier persona.
Sin casi darme cuenta llegó el miércoles. Me levanté a las ocho de la mañana como un alma en pena. Abrí la librería y me coloqué detrás del mostrador con un libro que había cogido de una estantería cualquiera, sin a penas fijarme en cual era o si ya lo había leído. Era el único día del año en el que no sonreía a ninguno de mis clientes. Probablemente si hubiese entrado alguien nuevo no hubiera vuelto a pasar por allí, pensando que yo era la persona más antipática del mundo. Pero mis cliente habituales, los que ya me conocían, sabían que eso era raro, que me pasaba algo.
A eso de las nueve volví a mi casa y me preparé para salir por la noche. Desde hacía unos años, en este día, siempre hacía lo mismo, era una especie de ritual. Me iba a The Last Drop, me sentaba en una esquina y tomaba chupitos hasta que Christine, que estaba de camarera, creía que ya era suficiente y me acompañaba hasta casa, pensando que yo no podría llegar sola.
No me vestí demasiado arreglada, realmente no iba a una fiesta. Me puse unos vaqueros anchos y rotos, una sudadera gris y unas simples converse.
Al entrar en el bar me llegó un lejano murmullo de alegría y felicidad, pero yo no estaba para esas cosas, así que no le presté atención. Era un lugar bastante bonito, el suelo y las paredes eran de madera, con las mesas y las sillas de color negro. A la izquierda había una pista de baile donde algunas parejas se movían como si nadie les estuviese mirando. Me fijé en las letras doradas que estaban escritas en la pared izquierda: "This will be our last drop." Que buena suerte tenían pensé. Ese era un pub con cierta historia esta en la plaza llamada Grassmarket donde, en su época, se realizaban los ahorcamientos. En el lugar donde se encuentra ahora el bar también había uno y era el sitio elegido para que los condenados tomasen su último trago, que solía ser de whisky.
Vi que había un gran espacio al fondo de la barra, mi sitio favorito para días como ese, así que fui hacia allí con la cabeza agachada, mirando al suelo.
Estaba dispuesta a pedir cuando alguien me dio unos suaves golpes en el hombro. Al girarme lo primero que vi fue la media sonrisa de Leonard.
-¿Qué hace una damisela como tú sola por estos lares?
Realmente no sé si se acordaba de los que le había contado unos días antes. Él solo parecía rebosante de alegría por su merecida mayoría de edad.
-Felicidades-dije con un hilillo de voz, intentando no aparentar que me estaba muriendo por dentro.
-Veo que aún no has pedido nada-levantó un mano y Christine se acercó a nosotros-Seis chupitos de tequila, por favor.
Chris se puso a prepararlos al instante, mientra me miraba de manera inquisitoria, aún no le había hablado sobre Leonard.
-¿Para que queremos seis chupitos?
Se giró y miró hacia un mesa en una esquina donde había cuatro personas sentadas, dos chicas y dos chicos. La chica que estaba de espaldas a mi llevaba un moño, pero aún así pude ver las pequeñas trenzas de sus pelo por lo que deduje que era Mel.
Cuando mi amiga terminó de preparar nuestras consumiciones, Leonard volvió a componer su media sonrisa y yo ya no sabía que esperar de ella.
-¿Como están tus dotes de camarera?
Me puse roja al instante porque casi necesitaba usar las dos manos para llevar un vaso de agua.
-No son realmente buenos-dije rascándome la parte trasera de la cabeza.
-No pasa nada, yo soy un verdadero artista en ello-contestó guiñándome el ojo.
Cogió los seis chupitos, tres en cada mano y salió corriendo hacia la mesa. No sé si lo hizo por pura chulería o queriendo impresionarme, lo único que sé es que parecía un auténtico miembro de aquellas troupes itinerantes que entretenían a la gente hace ya muchos años.
Al llegar a la mesa Leonard se giró y al comprobar que no me había movido de mi lugar al final de la barra, hizo un gesto con la mano para que me acercara a ellos y como no, lo hice. Me coloqué junto a él, de pie.
-Estos son Owen, Jacob, Julie y Mel, a la que ya conoces-acompañó el nombre de cada uno con un movimiento del brazo, mostrándome quien era cada uno.
Mel me saludó con un gesto de la mano y una cálida sonrisa.
Owen estaba a su lado. Era un chico de unos 23 años. Su pelo era negro y corto y sus ojos de un color del que solo podría decir que era hipnotizante. Llevaba unas gafas negras y cuadradas, una camiseta blanca y unos vaqueros oscuros. Escribía en una servilleta una especie de poema. Solo levantó un momento la mirada del papel para sonreírme y volvió a concentrarse en el pequeño mundo que era para él aquel trozo de servilleta.
Julie y Jacob tenían las manos entrelazadas por lo que deduje que eran pareja. Ella llevaba el pelo largo, muy liso, castaño y le llegaba hasta la cintura. Sus ojos eran marrones pero tenían algo especial, quizá fueran sus largas pestañas, su brillo especial o la manera en que parpadeaba con la mayor dulzura del mundo. Lucía un vestido con un estampado de flores y una gargantilla negra que ensalzaba su esbelto cuello.
Jacob era un chico con una verde mirada penetrante y el pelo rubio con el flequillo hacia un lado. Llevaba una camisa negra remangada y unos pantalones marrones. No tenía nada especial, así que no dedicaré mucho tiempo en describirlo.
Me senté al lado de Owen y así me enteré de que era un poeta. No publicaba mucho porque ya los poemas no se llevan demasiado, pero cuando tenía suerte, en algún periódico, entre anuncios o en alguna pequeña esquina, aparecía una obra suya. Me dejó leer el que estaba componiendo y pude comprobar que era muy bonito, que los versos encajaban a la perfección y que llevaba una carga sentimental impresionante.
No fue una velada como la de todos los años en aquella fecha. No pude beber lo suficiente para olvidar todas mis penas pero tampoco fue mal. Bailamos mucho y hablamos de cosas sin importancia.
Entre las cinco y las seis de la mañana salimos del local. Leo y yo nos adelantamos un poco del resto y fuimos hacia mi portal. Me gustaría decir que se acercó tanto a mí que nunca podré olvidar el olor de su pelo y podría decirlo, pero simplemente mentiría, lo que realmente pasó fue muy diferente.
Estábamos en el portal cuando oí a alguien que llegaba corriendo desde la parte inferior de la cuesta. Mel apareció repentinamente y le dio un beso en la mejilla a Leonard.
-¿Vas a tardar mucho, cariño?
-No, tranquila. Adiós T- se despidió con un gesto de la cabeza y le pude ver bajar la calle de la mano de Mel.
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Segunda oportunidad WOWAwards
Romance¿Nunca te has preguntado por qué dicen que cuando nos morimos hay un túnel con una luz? ¿Y si esa luz es la del hospital en el que estás naciendo y el túnel es tu nueva madre por dentro? ¿Y si nacemos llorando porque ese el único momento en el que r...