Capítulo 3: "Rompecorazones"

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Algunas personas tenían gallos. Otros tenían relojes de alarma. Yo tenía a Los Beatles.
Mi padre era tan rápido como previsible, y esa mañana "Come Together" se ejecutaba a tres cuartos volumen, lo que significaba que eran las siete am. Para un adolescente en vacaciones de verano, Los Beatles eran tan bien recibidos como un chorro de alarma de incendio en el oído, al romper el alba.

Gimiendo mi camino fuera de la cama, me senté, poniéndome el primer par de sandalias a juego que fui capaz de localizar. Una mancha de lápiz de labios y una barrida rápida a través de mi cabello con los dedos, y yo me encontraba lista para la mañana. La invención del pantalón de yoga y la vinculación con una camiseta sin mangas clasifican en mi lista de los diez inventos más reveladores. El dúo elástico sirve como ropa de dormir, ropa de ejercicio, prendas de todos los días, y como el traje perfecto para una mañana en el estudio de baile.

Había un montón de cosas que podía dejar -champú, los callos de caramelo, el esmalte rojo de uñas, el sueño... infierno, los chicos- antes de tener que dejar el baile. El ballet para ser específica, pero no sólo eso. Todas y cada una de las oportunidades que tenía, me encontraba bailando. Yo había estado haciendo hip-hop, vals, tango, y piruetas todo mi camino por la vida desde que tenía tres años.

Cuando se anunció que estaríamos simplificando, es decir, reduciendo personal porque nos estábamos quedando sin dinero para nuestras vidas, tuve un encargo.

En realidad, era más como una exigencia.

Mis clases de baile en la Academia de Baile de Madame Fontaine debían continuar sin interrupción. O no ser canceladas por falta de fondos.

No me importaba si ya no tenía que usar la ropa de marca, e ir de compras en los días de medio precio de la tienda de ahorro local, o si mi coche era reemplazado por el transporte público, o incluso si teníamos un techo sobre nuestras cabezas. Debía seguir bailando.

Era lo único que me mantenía a flote cuando sentía que me ahogaba. La única cosa que me ayudó a pasar los días oscuros. Lo único que parecía que todavía me recibía con brazos cálidos y un amor mutuo. Lo único que no había cambiado en mi vida.

Lancé mis zapatillas de punta sobre un hombro y el bolso sobre el otro, y abrí la puerta de mi dormitorio con un crack. La cabaña era un lugar destartalado, con mucho carácter, como mis padres la presentaron cuando compraron el lugar hacía ya una década, lo que había sido una buena manera de decir que era un pedazo de basura que tenía la suerte de estar todavía en pie, pero había aprendido hace dos veranos como aceitar las bisagras y aplicar la cantidad justa de presión al alza sobre el picaporte para abrir la puerta de medio siglo de antigüedad sin hacer ruido.

Esperé, escuchando los sonidos y ruidos, aparte del coro de "Come Together". Sólo cuando unos sólidos minutos habían pasado sin el click- clack de los tacones. O un trío de suspiros emitidos, fue que me di luz verde.

Mamá estaba de camino a su trabajo, o ya se encontraba allí, por lo que la costa se hallaba despejada. Después de la cena de anoche, en realidad, después de los últimos cinco años de cenas, evitar a mi mamá era una prioridad superior, justo debajo de baile.

Saltando por la escalera, una imagen apareció en mi mente. Una imagen que había tratado de borrar. Una imagen con las que mis mejores intenciones habían luchado inútilmente.

Justin Ryder, agazapado en la arena, a un suspiro de distancia, sonriéndome como si supiera todos los oscuros secretos de mi pasado y no le importara. Justin Ryder, dorado por un verano en la arena, los ojos líquidos de plata, músculos tirando a través de su camisa...

Mi pie se atascó en el anteúltimo escalón, si no hubiera contado con una buena cantidad de años de la gracia de la danza, estoy segura de que habría enterrado mi rostro en ese antiguo, Dios sabe lo que se esconde entre las grietas, tablón del suelo.

«Crash, libro I»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora