Se sentía algo culpable por la sequedad de sus palabras al contestarle. Estaba seguro de que ella se había extrañado por su repentino cambio de humor, pero no había podido evitarlo. Desde muy pequeño había tenido que comportarse como si nunca hubiera pasado nada trágico en su vida, como si todo fuera normal, como si él mismo tuviera una vida normal. Sin embargo, era más que evidente que eso no era así. Poca gente es capaz de entender lo que es una vida en completa soledad, una vida en la que toda la gente que tenías a tu lado ha ido desapareciendo, una vida en la que vas ocultándote entre la gente, disfrazándote de ellos para pasar desapercibido, para que no detecten que estas roto, para parecer simplemente uno más. Así bien, era cierto que no había tenido la oportunidad de asistir a muchas fiestas, por no decir a ninguna. No le gustaban, era eso. Odiaba ver como la gente se consumía delante de una botella sin motivos fundamentales, cómo personas que no tenían ningún problema real necesitaban beber para pasárselo bien. Odiaba ver como les gustaba estar borrachos cuando él habría deseado con todas sus fuerzas que la bebida no hubiera existido jamás. Y no sabía porqué, pero le molestaba que Beatriz fuera de ese tipo de chicas, le molestaba de alguna forma que ella no tuviera la consideración de no beber por él, pero... ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Cómo iba ella a saber nada de su historia? ¿Por qué iba ni siquiera a interesarle? Le estaba volviendo loco la forma en la que pensaba en ella, era consciente de que hacía mucho que no se sentía así por nadie, pero también, se repetía una y otra vez que no tenía ninguna posibilidad.
Pasó toda la mañana concentrado en sus clases hasta que finalmente, llegó la clase que deseaba no desear tanto, su clase de las doce con sus alumnos de primero, con su alumna de primero. Sorprendentemente, Beatriz fue la primera en llegar, y lentamente se acomodó en su pupitre, el último de la tercera fila. La situación sin aparente motivo comenzó a resultar incómoda, pero él había decidido mantener las distancias con su alumna y ella se sentía algo molesta por su última conversación. Una hora después, la clase había terminado, no habían intercambiado miradas en todo el rato, pero ambos sentían una tensión indescriptible que casi se podía cortar. Ella abandonó el aula sin decir palabra y entonces Iván supo que olvidarse de ella sería lo mejor. Era una chica normal, excesivamente guapa y agradable, pero normal; no tenía problemas, no tenía una triste historia, no tenía maldad alguna, era pura y le quedaba demasiado por vivir para que, si se diera la posibilidad, él interfiriese en su camino. Eso no podía pasar, no debía suceder, ella era su alumna y era mejor que él.
Tras una dura mañana en la que para él hacía ya unas horas que se había apagado el sol, decidió abandonar su despacho y terminar de realizar sus quehaceres en casa. Cuando estaba saliendo hacia el aparcamiento para ir a recoger su coche, escuchó una risa que rápidamente supo identificar con la de Beatriz. Sin pensarlo siquiera decidió rodear la zona fingiendo que buscaba el coche para ver con quien estaba. Ojalá lo hubiera pensado mejor. Al girar la esquina junto a un viejo Cadillac, encontró a un chico rubio, de metro noventa y espaldas anchas que sostenía en sus brazos a la reciente dueña de sus pensamientos. Ella ni se percató de que Iván pasaba por ahí, estaba demasiado ocupaba jugueteando con el pelo de su "Ken". Sintió una profunda sensación de impotencia que apenas tenía sentido. A decir verdad, solo la conocía de hacía dos días, ¿Cuánto podía costarle olvidarla?
Por fin, llegó a su coche, se sentó en el asiento del conductor y encendió la música. El disco que tenía puesto esta mañana volvía a repetirse en su reproductor, pero ahora las canciones le sonaban distintas, le sonaban a ella... Decidió cambiar de disco, poner uno que no pudiera relacionar con nada ni con nadie, uno que estuviera vacío de todo sentimiento, uno que simplemente le ayudara a olvidar. Se dedicó a conducir. Condujo por todos los barrios y recovecos de la ciudad, y tras haber gastado casi toda la gasolina que le quedaba, decidió volver a casa.
Llegada la noche, tuvo miedo. Tuvo miedo a dormirse y tener esas pesadillas, tuvo miedo a que los ojos de Beatriz ya no le sirvieran, tuvo miedo a quedarse solo otra vez, gritando en la oscuridad, soñando con los peor de sus horrores.
ESTÁS LEYENDO
SI TE DIGO QUE TE QUIERO
RomansaYa habían pasado demasiados años para que su parte oscura pudiera ver la luz. Había pasado por tanto dolor que ya no sabía lo que era amar a alguien y mucho menos que alguien le amara a él. Era la típica persona que se dedicaba a vivir porque le toc...