Rasgando Paredes, liberando el Alma

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Rodolfo se encontraba intranquilo después de su día aburrido de trabajo. En verdad llevaba un ritmo poco ortodoxo de vida. No tenía amigos, ni pareja, ni pasatiempos.. Su vida se basaba (desde los últimos 5 años) en solamente dormir lo que fuese necesario para no caer rendido, trabajar e ir a casa.

Ese día en particular se sentía muy desesperado, no sabía qué hacer, a dónde ir o qué aire respirar para ser libre. Lloraba a cántaros por dentro y respiraba el humo de la soledad y de la rabia. Sonó el teléfono y explotó cual mina en campo de guerra. Gritó y lanzó su vaso de vino por la ventana del apartamento 23 del Edificio Francisco Madero.

Corrió por todo el departamento buscando alivio en el enervante perfume del incienso pero no consiguió absolutamente nada. Siguió buscando en el arte que tenía en las paredes pero todo eso fue en vano. Al final se sentía demacrado, cansado y con el alma hecha pedazos. Un asalariado sin sentido de existencia, un esclavo de las leyes, del pensamiento más gris que existe. Era prisionero fiel de su propia mentalidad.

Corría en todas direcciones con las venas de las manos marcadas por el estrés, incluso la cien se le marcó en la cara. Sentía que no podía más, que iba a explotar y que su mente sería solo polvo. Corrió y sintió cómo sus fuerzas se alejaban con cada palpitar de su corazón. La vista se volvió nublada y poco a poco se desvaneció.

Se desmayó justo frente a la puerta.

Despertó.

Habían pasado ya varios días pues en el suelo habían varias cartas procedentes de la entidad en la que trabajaba, desde la cocina se podía apreciar cierto olor a fruta podrida, cartas de algún cliente, del banco, de la póliza de seguros, también de la tienda departamental a la que iba a comprar su ropa, había polvo en el suelo, justo frente a sus ojos.

Vio las cartas y las ojeó y al final un grito de alivió salió desde el diafragma del buen Rodolfo cuando se dispuso a abrir la carta. Jamás en la vida alguien se había sentido tan feliz al leer en una carta procedente de su trabajo las siguientes palabras:

"Zacatecas, a 20 de enero de 1999

Señor Mancera, lamentamos informarle queda usted despedido de nuestra Institución financiera E.D.F por haber sobrepasado el número de faltas injustificadas. Es una pena dejar de contar con sus excelentes servicios, pero la empresa no puede darse el lujo de permitir esa falta de ética moral y laboral.

Podrá recoger su liquidación a partir del martes por la mañana. En verdad deseamos su comprensión.

Sin más por el momento y deseándole a usted un buen día:

El Sr. Becerril, Jefe Ejecutivo".

Era indescriptible la mirada de Rodolfo esa mañana. ¿Qué sentía? ¿Rabia? ¿Arrepentimiento? ¿Estaba simplemente en shock? La verdad es que estaba feliz. Al fin tenía un pretexto para buscar otro empleo, uno de verdad. No es que el suyo no fuese de verdad, sino que para él era eso, un aburridísimo trabajo, con una aburridísima rutina y un aburridísimo jefe, claro, para su aburridísima vida.

Al fin podía tener un empleo en donde él pudiese ser feliz haciendo lo que le gustaba. ¿Qué le gustaba? Ser redactor, más no defensor.

Amaba la justicia pues sin querer su padre la inculcó durante toda la vida, pero a él le apasionaba escribir. Y ahora, con su experiencia como abogado, las ideas y el conocimiento de las letras había despertado aun más su interés.

Rebosaba de felicidad, como cuando eres niño y te regalan tu juguete favorito en tu cumpleaños. O cuando es navidad y esperas incrédulo la llegada del señor barbón, para quedarte dormido, y al despertar ver tus juguetes. Era una felicidad pura, fácil de percibir pero difícil de explicar.

Hacia la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora