Capítulo 3

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"La rosa de navidad"

El viento se volvió más fuerte y frío, el invierno se acercaba y con él la boda del príncipe Samuel. Le aterraba no poder siquiera defenderse, o decir algo, era lo que tenía que ser y punto. Desafiar a su padre le llevaría a la muerte. Sin algún otro heredero todo estaba en él, y no podía defraudar a todos, solo por un sentimiento que no puede ni asegurar que sea amor. Pudo solo ser diferente por el hecho de que era un hombre y no una princesa, tal vez debería darle una oportunidad a la nueva princesa, puede llegar a amarla y con eso olvidarse de aquella noche con el príncipe Guillermo.

Porque era imposible estar a su lado, simplemente no estaban destinados.

—Pasa hijo —mencionó su padre, su imagen era de un hombre intimidante, su mirada siempre solía ser fija a los ojos de a quien se dirigía, ocasionando nerviosismo. En el castillo y frente a su familia era tranquilo, pero cuando se trataba de asuntos de política u otro asunto que le estropeara sus planes, parecía que fuera otro hombre y eso Samuel lo había entendido varios años antes, a la mala. Cuando apenas había cumplido los diecisiete años pasó la noche con una doncella quitándole la virtud y dejándola embarazada, su padre se molestó tanto al enterarse, que lo echó del castillo por varios años, con la idea de que aprendiera el valor de su forma de vida. Es por ello que su autoridad sobre él se veía muy afectada actualmente. Estando tantos años lejos de ellos, el príncipe entendió que no dependería siempre de tantos lujos y que bien podía mantener distancia, lo cual le gustaría seguir haciendo.

—Padre —dijo al cruzar la entrada, se quedó mirando pues no pensaba decir nada hasta que él no hablara, como siempre lo había sido, su relación nunca tuvo el gran vinculo que se cree entre padre e hijo y mucho más si es el único.

—Antes de hablar de tu boda es preciso que sepas algo más —con la mano le señalo la silla más cercana a él, por su semblante parecía preocupado, Samuel no quería desafiarle, pero tampoco se sentía bien con todo esto— esta mañana ha llegado un joven, el cuál es mi hijo, un bastardo... y está aquí en busca del trono, gracias a los rumores que se han creado de que tienes ya veintiséis años y no has contraído matrimonio, si no te quedas con esta princesa... me temo que se acabó —el desenlace había llegado y desgraciadamente lo aceptaba. Sus padres le odiarían por dejar el trono a un bastardo al que ni siquiera conoce y si lo hacia lo único que le tocaba era la muerte, ya que el destierro no era opción frente a su padre.

Sin responder salió de aquella habitación, quería romper algo, o golpear a alguien. Estaba enfurecido y con buenas razones, si se había ido del castillo antes era por su padre, y porque era más joven, ahora mismo no estaba en posición de dejarlos.

—Hermanito —se giró apenas escucho eso, lo había dicho un tipo alto, aunque no más que él, de complexión delgada, se le podía ver más grande de edad, sin barba, pero bastante maduro, era el bastardo.

—No me llames así —el momento que eligió para presentarse era el peor, incluso parecía que sabía la conversación.

—Discúlpame, no quería ser irrespetuoso —dio aquellos pasos que los separaban y estiro su mano para saludar— Alejandro Campos, tu hermanastro —su sonrisa era poco expresiva, y su mirada muy directa, casi como la de su padre, sin duda hijo suyo.

—Samuel De Luque —respondió mirándolo de igual forma, no le gustaba esa actitud tan directa que tenía.

—Por cierto, una pena que el príncipe Díaz se fuera ¿no? —¿Él lo conocía? En la fiesta de aniversario no lo vio en ninguna parte, y su padre dijo que llegó esta mañana, no hay forma de que se conocieran.

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