Maldito enfermo

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- Escuché que el jefe te ascendió ¿Es cierto? - preguntó Khaled acercándose a mí después de haber escondido su mochila junto a la caja registradora. Hoy traía jeans y una camisa blanca. Tenía que admitir que se veía realmente bien.

- Al fin me libraré de limpiar mesas. Ahora sólo debo quedarme aquí y recibir el dinero - contesté orgullosa, no tenía que soportar más clientes idiotas.

- Mejor para mí - respondió con una gran sonrisa.

- ¿A qué te refieres?

- Hablo de que ahora podré verte perfectamente bien todo el día mientras trabajas - apoyó sus fuertes brazos sobre la barra, acomodó ahí su cabeza y me sonrió tiernamente desde abajo.

- Hay algo que aún no logro entender. Desde que llegué aquí nunca te he visto trabajar, ni siquiera llevabas el delantal que yo usaba cuando te conocí ¿Qué se supone que tú haces?

Khaled se quedó mirándome sonriente, pero no contestó, ni siquiera se inmutó. El único movimiento que hizo a continuación fue levantarse y guiñarme un ojo.

- Debo irme. Nos veremos después, muñeca.

Fruncí el ceño. Odiaba que me llamaran así. Muñeca, princesa, pequeña, odiaba todos los apodos cursis. Son simplemente ridículos.

Diez minutos de aburrimiento después, un cliente se acercó a mí y pidió su orden. Cuando se la entregué solamente me agradeció y se fue, dejándome un millón de monedas sobre la barra como pago. ¿Se supone que yo debo contar eso?

Comprendo que no tengo nada más que hacer ahora mismo, pero no es que contar moneditas sea la diversión de cualquier persona. Eso solamente logra aburrirte más. Terminé de contar las monedas y centavos que el tonto hombre me dejó y abrí la caja registradora para guardarlas. Cuando la cerré, noté que la mochila de Khaled seguía aquí.

Ya que no tenía nada más que hacer más que contar cuantas moscas se paraban a descansar sobre la comida, tomé la mochila y le llevé hacia los casilleros de empleados. En la esquina superior derecha encontré uno con su nombre. Inteligentemente intenté abrirlo con la misma mano que tenía sujeta la mochila y por lógica la mochila cayó al suelo.

Maldije por tener que juntarla y maldije dos segundos después a Khaled por haberla dejado abierta. Ahora tenía que recoger todas sus cosas. Me agaché para meter todo dentro cuando una extraña tela me llamó la atención.

Dentro de la mochila se encontraba el vestido que hace unos días me habían robado.

Me sentía realmente confundida. No lograba encontrar una explicación lógica o sana para esto. Me estaba comenzando a asustar. Recordé que justamente ayer había perdido también dos pulseras y un anillo de bronce así que por simple curiosidad busqué con más dedicación entre sus cosas.

Y sí, sí estaban dentro.

Joder, qué miedo.

Maldito enfermo.

Por más idiota que fuera de mi parte, mi cerebro comenzó a buscar mil y una explicaciones. Incluso llegué a la estúpida conclusión de que todo era simplemente una broma pesada. Pero ¿Qué clase de broma dura más de una semana? Además había algo que no había notado hasta ahora y que ojalá no lo hubiera hecho.

Las hojas que habían caído al suelo no eran simples trabajos de oficina o tareas. Hubiera preferido que fueran poesías o un diario de hombre macho. Pero no, no tenían nada escrito. Las hojas contenían fotografías mías.

Melanie atendiendo a un cliente, Melanie lavando los trastes, Melanie saliendo del restaurante, hablando, caminando, sentada, bostezando, entrando al baño, escribiendo...

Eran docenas de hojas con fotografías mías por ambos lados. Sentía unas inmensas ganas de llorar y salir corriendo por la puerta. Esto era realmente escalofriante. Lo peor de todo, era que algunas fotografías no estaban hechas dentro del establecimiento, varias fueron captadas en la calle. Por último, la última hoja tenía la imagen del número del camión en el cual voy cada día a casa y mi número de teléfono escrito con pluma roja.

Con ambas manos frías y temblorosas, vacié la mochila para asegurarme de que ya no hubiera nada más dentro. Para mi desgracia sí que lo había. Dentro, se encontraba una especia de diario. Un diario que solamente hablaba de mí. En las primeras páginas estaba escrito mi nombre completo y mi edad, debajo de eso decía: "Investigar dirección" con letras mayúsculas.

Aterrorizada, tomé todo lo que pude con ambas manos y lo introduje dentro de la mochila. La abracé para asegurarme de no olvidarla y corrí hacia la oficina del jefe. No sabía exactamente qué hacer, pero lo primero que venía a mi mente era irme, irme para no volver.

Miré a ambos lados, asegurándome de que Khaled no anduviera rondando por aquí y golpeé la puerta dos veces hasta que el hombre me permitió pasar.

- Señorita Melanie ¿Qué le pasa? Está usted pálida - ignoré lo evidente y me acerqué a pasos firmes a una de las sillas frente al hombre. Dejé caer la mochila sobre el escritorio y lo miré incitante.

- Señor, tiene que ver esto.

- ¿Qué cosa? ¿La mochila? Está vieja y despintada, creo que tiene que comprar una nueva y si quiere mi opinión es algo masculina para usted - revoleé los ojos aún con el corazón a mil por hora y desacomodé mi cabello desesperada.

- ¡No! ¡Eso! ¡Lo que tiene dentro! - Grité señalándola - Tiene que correrlo o tengo que renunciar o llamar a la policía o....

- Tranquila. Toma asiento. Te traeré un vaso de agua y podrás contarme con calma lo que...

- No, no quiero un vaso de agua. No quiero sentarme. Quiero que él se vaya.

El hombre me miró como si estuviera loca. Intenté tranquilizarme y acomodar las cosas en mi cabeza para poder explicarle todo lo que estaba o había estado pasando pero fue entonces cuando todo cobró sentido.

Los chicos moribundos, el chico de la estación de autobuses, todo comienza a tomar sentido. Fue él.

- Señor, quiero que vea algo. Por favor tome asiento y le explicaré todo a detalle. - comenté casi sin fuerza. Él asintió y caminó con tranquilidad hacia su asiento.

KhaledDonde viven las historias. Descúbrelo ahora