—¿A qué gallinero has ido? —pregunté, dejándola entrar en casa— ¿Qué te ha pasado, Hannah? —hablé, esta vez con más dulzura.
—Ha sido lo más humillante que me ha pasado —dijo, convertida en un manojo de lágrimas.
—Entra, ¿vale? — propuse, haciéndole sitio. Ella asintió. — Primero, sube a ducharte. Te prestaré ropa mientras llamo a tu padre para que te quedes esta noche. Esta situación requiere una pijamada.
Hannah subió las escaleras con la cabeza gacha, mientras las lágrimas le brotaban de los ojos. No sé quién le hizo esto, pero pagará caro.
Saqué mi Nokia. ¿Qué? No todos tenemos un teléfono más inteligente que la mayoría de las personas que conozco, como Adela. Pero al menos mi teléfono siempre tiene batería y puedo golpear a alguien con él sin temor a que se rompa la pantalla. Es multifuncional.
Llamé a mi tío, quien aceptó mi propuesta. Subí las escaleras, entré en mi cuarto y me encontré con Hannah llorando, envuelta en mi bata de baño de Dora la Exploradora. La situación era aún más lamentable de lo que parecía.
—¿Qué te han hecho? —pregunté con un tono cálido, sentándome a su lado y acariciándole el cabello mojado con esencia de chocolate, el aroma de mi champú— ¿Por qué estabas cubierta de huevo y plumas?
—Matías y yo íbamos al estacionamiento del cine. La cita había sido genial, pero al llegar al estacionamiento él gritó ¡FUEGO! —relató ella, elevando la voz—. Y todo el patético grupo de Adela, —esto debía de ser grave, porque si Hannah usaba la palabra "patético" hacia alguien, debía de estar muy molesta— me lanzaron huevos.
—¿Y las plumas?
—Espera, aún no llego a esa parte. Como estaba diciendo, antes de que me cortaras la inspiración, me lanzaron huevos y tuve que caminar hasta la parada. No pensaba irme con ese idiota. En el camino y durante el trayecto, la gente me lanzaba plumas y me trataba como a una gallina clueca.
Abrí la boca para soltar una queja, pero Hannah me silenció: —. Antes de que lo preguntes, no tengo idea de por qué la gente lleva plumas en el transporte público —añadió, leyéndome el pensamiento.
Me confesó que ese desgraciado le había tendido una trampa con la ayuda de Adela, que quería vengarse de ella por no haberse unido a su grupo para hundirme.
—Lo siento mucho, todo es culpa mía.
—No es tu culpa. Adela lo tenía planeado desde hace tiempo.
—Debe haber una venganza. Nadie puede meterse contigo. ¿Recuerdas que somos nosotras dos contra el mundo? Y el mundo, lamentablemente, incluye a Adela y a sus amigos.
—No quiero que te perjudiques por mi culpa...
—Si no quieres participar, lo entiendo. Ya estuviste muy involucrada. Pero que quede claro: habrá venganza. Y si me disculpas, tengo hambre y voy a preparar algo para comer para las dos —dije y salí de la habitación para preparar la cena.
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Misión: Venganza
Historia CortaAdela Woodman, quien era la marginada de la escuela secundaria W.P. McLean, se ha convertido en la pesadilla de Harmony Brooks. Esta última, la reina indiscutible de la popularidad, se enfrenta a un dilema: ¿cómo lidiar con la transformación radical...