Hoy es, honestamente, el día más esperado para mi venganza. Hoy me toca vengarme del imbécil de Brandon y le tengo preparada una gran broma. El muy ridículo pagará por haberme utilizado y botado como una servilleta. Le daré donde más le duele, y no en sus pelotas, sino en su popularidad, aunque tal vez también en sus pelotas.
Tuve soportar varias horas de clases hasta que se dé el momento perfecto para ejecutar mi venganza contra Brandon.
—Vamos, Hannah, te necesito para esta fase de mi venganza —dije, jalando a Hannah del brazo en dirección a mi casillero para recoger las cosas para el plan.
—Me dijiste que ya no formaba parte de la venganza —reprochó ella con un puchero y una mueca de perrito mojado.
—Esta vez nadie te verá en acción; además, solo me pasarás las cosas y yo haré el resto —dije, guiñándole el ojo. Al llegar a mi casillero y colocar la clave, 5515, se abrió y saqué las cosas. Le di la mitad a Hannah y la otra mitad la llevé yo; nos dirigimos al casillero de Brandon.
—Pero sabes que esto no es para mí; aún me siento culpable por la primera broma a Adela, todavía no lo supero —dijo, y la ignoré para seguir jalándola del brazo hasta que al fin llegamos al casillero de Brandon.
—Toma las cosas —dije, entregándole mi mitad, pero me quedé con el estetoscopio. Luego, me coloqué las olivas en los oídos y puse el diafragma para abrir el casillero. Cuando lo abrí, me di cuenta de que la clave era 1234. El muy hijo de fruta me engañó; me había dicho que su clave era 1989... Aunque no debí confiar en él después de hablarle dos horas del álbum de Taylor Swift.
—Harina —le dije a Hannah con voz de médico en cirugía. Ella me pasó la harina y espolvoreé dos kilos por todo su casillero —, crema pastelera —me la pasó y la removí por todo el casillero, especialmente dentro de su gel para el cabello y su espejo —, peluches —me pasó siete peluches que la mamá de Brandon me dio ayer.
Suerte que me llevo bien con mi ex suegra, porque si no, sería muy tedioso tener que entrar a su casa por la fuerza. Coloqué todos los peluches, algunos sentados y otros colgados por todo su casillero, y luego lo cerré.
—Pero aún te faltan cosas —dijo Hannah, levantando las cosas que me faltaban.
—Tranquila, pequeña, la perfección se toma su tiempo. Pásame la cubeta —dije, agachándome para hacer la mezcla en el piso. Hannah me pasó la cubeta. —La basura —me pasó la bolsa de basura y la vertí en el balde—, huevos —los partí en la cubeta con todo y cáscara—, pintura rosa —me la dio y la vertí. Me paré. —Y el póster, por favor —ella me lo dio y forré el casillero con el póster de Go, Diego, Go.
—¿Lista? —pregunta Hannah, nerviosa. Ya casi es el receso y no quiere ser descubierta.
—Casi lista —respondo, tomando la cuerda y preparando un mecanismo para que, al abrir el casillero, el contenido de la cubeta caiga sobre quien lo haga. Espero que sea Brandon. Cuelgo un reproductor y le doy play; reproduce a Brandon viendo Go, Diego, Go.—. Listo.
Hannah y yo nos dirigimos a la cafetería para comprar algo de comer; no puedo ejecutar el plan con el estómago vacío. Luego, nos ocultamos para observar la escena. Aún resuenan en mi mente las palabras de ese energúmeno al terminar conmigo: «No eres tú, soy yo. Ya no eres tan popular ni bonita como antes. Debo alejarme antes de que también me arruines».
Hannah me toca el hombro y señala el casillero. Al girar, veo a Brandon sorprendido y sonrojado, mientras todos se ríen de él. Arranca el póster con furia y abre su casillero; la cubeta cae sobre su cabeza, revelando su contenido. Un humillado Brandon corre hacia las duchas masculinas, mientras Hannah y yo chocamos los cinco.
—Harmony, lo lograste —exclama Hannah, contenta—. Normalmente, me sentiría mal, pero ese idiota se lo merecía por hacerte sufrir —dice y me abraza.
Pasé el día radiante y feliz. Incluso cuando Fred, el bromista, casi mancha mi camisa favorita de Nirvana, solo le di un pequeño golpe en la entrepierna. Al final del día, acompañé a Hannah a su casa y luego fui a la mía. Ella estaba muy ocupada con tareas como para reunirnos. Llegué a casa y mamá estaba cocinando; era noche de hamburguesas. Después de terminar la tarea en solo una hora, cené con mis padres, Javier y Amanda.
En mi habitación, abrí Facebook y encontré 84 solicitudes de amistad nuevas, 228 notificaciones y 56 mensajes, todos de alumnos de McLean. En Twitter, 579 seguidores nuevos, más de 60 me gustas en cada publicación y 30 retweets. En YouTube, mis 14 videos tenían 2.491 me gustas cada uno y 100K suscriptores. En Instagram, 735 seguidores nuevos y 816 me gustas en cada foto.
No revisé más redes sociales; estaba abrumada. ¿Es posible que todo esto suceda por no revisarlas en menos de una semana? Lo dudo. Opté por leer Mis WhatsApp con Mamá, un libro que me encanta por su humor. Estaba por guardarlo en la estantería para dormir cuando, a pesar de mi cansancio, recibí un maldito mensaje de ¿Adela?
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Misión: Venganza
Short StoryAdela Woodman, quien era la marginada de la escuela secundaria W.P. McLean, se ha convertido en la pesadilla de Harmony Brooks. Esta última, la reina indiscutible de la popularidad, se enfrenta a un dilema: ¿cómo lidiar con la transformación radical...