Capítulo 9

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A veces me gustaba pensar qué fui en otra vida, aunque no creyese en la reencarnación ni en algún Dios. Sinceramente, no creía ni en mí misma. 

A lo mejor fui una persona normal y corriente, con un trabajo espantoso que acabó odiándolo y una familia que le aguantaba, o una persona célebre como John Lennon. Alguien que se pasó su vida cantando y holgazaneando, difundiendo el movimiento hippie y drogándose hasta las cejas. 

Sí, seguramente debí ser eso. Un personaje que cometía los llamados pecados cuando podía para que, ahora en el presente, me hubiese tocado esta vida de mierda.

Los días pasaban con la misma rutina. La comida me sabía insípida y el instituto ya no era un sitio adecuado para olvidarme de mi desdicha. Spencer seguía sin hablarme y yo dejé de buscarle. Elliot no vino al día siguiente como prometió y Agatha...con Agatha era exactamente lo mismo que antes.

Me sentía como si hubiese caído en la casilla de retroceso hasta el inicio y me tocaba jugar de nuevo en el tablero que era la vida. 

Ya casi podía apreciar el par de maletas a mis costados y la gran casa enfrente de mí. Mi tía Candance repitiéndome que si necesitaba ayuda que no dudase en llamar, el corto mensaje telefónico que me envió mi padre y el vacío que perduraba en mi pecho, buscando tener en esta nuevo comienzo algo al que llamar hogar.

Todo, sola. Rematadamente sola.

Y ya no sabía como enfrentarme a ello. Usualmente estoy acostumbrada a reaccionar a este tipo de situaciones con absoluta indiferencia, enterrando mis verdaderas emociones en algún lugar apartado de mi ser, encerrados en una caja fuerte para que así no molesten.

Para que no molesten ni a mi padre, ni a mi tía Candace, ni a Spencer y a ninguna persona que se encuentre a mi alrededor. 

Pero, si la táctica había dejado de funcionar, entonces, ¿qué podía hacer para que las personas que consideraba importantes perdurasen a mi lado? ¿Qué tenía que hacer para que me mirasen? 

De algo estaba segura, poseía todo el tiempo del mundo ahora que no tenía a nadie para averiguarlo. 

Maldito John Lennon.

Alcé la vista hacia el cielo nublado y, como respuesta a mi cuestión, una gota cayó en mi frente seguida de muchas más, mojándome por completo en menos de lo que tardas en pestañear.

Fruncí el ceño, bajé la vista y seguí mi camino hasta que el primer relámpago sonó, consiguiendo que me paralizase. 

Mi corazón comenzó a latir fuertemente y mis manos se cerraron formando puños. ¿Cómo me había podido pillar en medio de la calle? Quería reaccionar. Salir corriendo hasta llegar a un sitio seguro-preferiblemente mi casa-y esconderme, pero no podía. Mis piernas no seguían las órdenes que daba mi cerebro por más que exigiese, así que no me quedaba otra que quedarme parada en medio de la acera como una estúpida.

Quería irme a casa. 

Mi ropa estaba mojada.

Los libros se iban a mojar.

Mis ojos me ardían y fue en ese instante que noté que había comenzado a llorar. Mi respiración era entrecortada y un grito habitaba en mi garganta, deseoso por salir. Mis extremidades flaqueaban, presas del pánico. Y lo peor era que no sabía qué hacer. Porque me sentía presa en una jaula, atada de pies y manos, sujeta a la acera por cadenas y el collar de mi cuello cada vez se iba haciendo más pequeño hasta el punto de asfixiarme. Y más. Y más. Y más.

Un pitido fue lo que me despertó de la alucinación que podía llegar hasta matarme. 

Otro pitido más sonoro que el anterior, pero esta vez acompañado de una voz.

-¡Phoenix!-escuché que me llamaban. Dirigí mi vista hacia la voz y ni siquiera me molesté en levantar la cabeza, consiguiendo que los mechones de pelo se pegasen a mis mejillas y frente, dificultando mi campo de visión.

-¿A-ah?-formulé, incapaz de creer lo que me mostraban mis ojos. Agatha conducía el clásico coche con el que le vi la otra vez, en el Elliot le acompañaba. Pero esta vez él no estaba. Solo ella.

-¿Dándote una ducha?

-Y-yo...-intenté explicarme, más pues ninguna razón coherente aparecía por mi mente. ¿Qué se suponía que hacía ahí?

-¿Vas a subir?-no me molesté en contestar. Mis piernas reaccionaron por si solas y, abriendo la puerta sin vergüenza alguna, me senté en el asiento del copiloto. Mi vista se fijó en la moqueta del coche, agachando la cabeza. ¿Se habrá dado cuenta que estaba llorando? ¿Cuanto tiempo llevaba ahí? No podía dejar que Agatha me viese en tal patética situación. No quería hacer el ridículo. No de nuevo. 

El ruido de las gotas de agua chocar contra el coche era lo único que interrumpía el silencio que se había formado y, alguna que otra vez, un trueno o relámpago haciendo que soltase un pequeño brinco en mi mismo sitio.

-¿Tienes miedo a la lluvia?-me preguntó. No le contesté, y ella tampoco insistió. 

Comenzó a conducir y ni siquiera me atreví a preguntar el destino, porque sabía que me estaba llevando a mi casa. Algo de lo que le debería de agradecer cuando aparcase, para no volvernos a ver de nuevo. 

En el transcurso siguió reinando el silencio, solo que esta vez el sonido de mis dientes castañear se fusionaba con el ruido de la lluvia. Mis brazos estaban cruzados y rodeaban mi pecho, mientras que mis piernas tiritaban por el frío. Mi cabello posiblemente estuviese hecho un desastre, lleno de nudos y separado en tiras debido al agua. Y me di cuenta que no me había puesto el cinturón, al igual que no me había quitado la mochila de mis hombros. ¿Cómo podía darle una imagen tan patética a la última persona de este mundo que quería que la viese? En cierto modo, me sentía desnuda. Vulnerable. Débil. Y odiaba eso. 

Un mechón empezó a zarandearse y poco a poco sentí una cálida brisa, calentándome el cuerpo húmedo por momentos. 

Agatha había encendido la calefacción. Tal vez por pena hacia mí, o simplemente porque a pesar de traer puesta una fina chaqueta negra tenía frío. Pero la había encendido y me sentí feliz. 

El auto frenó y, rápidamente, pasé mis manos por mis mejillas y ojos, queriendo quitar rastro alguno de posibles lágrimas para cuando le tuviese que mirar a la cara para darle las gracias. Alcé la vista, preparando las palabras en mi mente para no quedarme en blanco, pero, al hacerlo, Agatha ya no estaba en el coche. 

Giré mi cuerpo en su búsqueda y me asomé por la ventana para darme cuenta que había aparcado enfrente de una casa que no era la mía. Ella corrió por el escaso camino de baldosas blancas, resguardándose de la lluvia. Yo me quedé quieta, observando lo que hacía.

-¿¡A qué esperas para salir!? 

Reaccioné y, nerviosa, abrí la puerta del copiloto, cerrándola detrás de mí. Corrí hacia ella torpemente debido a la mochila que aún colgaba sobre mis hombros, teniéndola como la única en mi campo de visión. Cuando conseguí estar a su vera, ella se giró para abrir la entrada.

-Es mi casa. 


n/a: Se siente tan bien escribir un capítulo-aunque sea corto-después de tanto tiempo. 

Os debo unas grandes disculpas, ya que mi falta de inspiración se juntó con que se me rompió el ordenador y, cuando quería escribir, no disponía de medios ¡pero he vuelto! y, aunque es-como ya he mencionado-un capítulo corto, he pensado en subir el siguiente este domingo ya que veía necesario cortarlo ahí. 

¡Espero que os haya gustado y nos leemos en el siguiente capítulo! xx 



Phoenix.|Tercer Libro.[PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora