Cambiar para ser igual

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La niña terrible aparecía en mi vida, así, de pronto. Observando todos mis movimientos y conociendo cada uno de mis pasos, se me iba ofreciendo como un plato exquisito. Con su cuerpo frágil y sus ánimos cambiantes, mi pequeña me buscaba y me encontraba siempre. Me lastimaba pero no podía separarme completamente de ella, nadie me había amado asi, y patologicamente recaía una y mil veces. Ella adoptaba posturas y apariencias físicas acordes a las mujeres que me acompañaban mientras tanto yo buscaba cómo olvidarla. Si yo estaba de novio con una mujer rubia, ella teñia su pelo de rubio, si mi novia de ese momento tenìa ojos azules, ella también los conseguía. Así fue mutanto su apariencia, seduciéndome y ganándome en cada encuentro. Bellísima e inteligentemente astuta, se colaba por mis sábanas como mi mas preciado juguete y desencadenaba en mi una pasión irrefrenable. La hubiese amado hasta el final de mis dias, la hubiese cuidado y protegido si no se hubiese encaprichado conmigo. Pero ella en su inmadurez, no solo me lastimaba todo el tiempo sinó que ademas pretendía convertirme en un objeto de su pertenencia. Para entonces yo era ya un adulto, y ella continuaba siendo casi una niña. Ni siquiera cerca de la mayoria de edad, me atrapaba y me congelaba en el tiempo. Manejaba todos mis hilos, y aunque no quise serlo, fui su pertenencia. Un juguete caro como tantos que habría tenido en su niñez, y digo caro, porque el precio que tuvimos que pagar para estar juntos siempre lo fue. No podia amarla viendo sus brazos flagelados, no podía ser su hombre recordando el daño que me había causado. Estaba cansado de besar sus heridas, y estaba harto de curar mis heridas nuevas. El tiempo parecía no pasar en su cuerpo, en su mente, la niña jamás crecía. Mientras tanto yo seguía perdiendo, una y otra vez se desvanecían mis posibilidades de ser feliz, de estar tranquilo. Y el tiempo implacable me demostraba que yo sí estaba creciendo, que yo si estaba llegando a la madurez. Pero a ella no le importaba amarme igual a pesar de mi edad, me adoraba y besaba mi cuerpo como si yo fuera de porcelana, como si tuviese dieciocho años. Varias veces desperté a su lado viéndome dormir. Era la mas maravillosa visión que mis ojos podían encontrar, su mirada entre preguntándome por qué? Y entre agradeciéndome la noche enredada entre mis brazos. Y así en esa maravillosa visión angelical, surgían mis besos y mis abrazos, de la misma forma en que surgía ella en mi vida, de la nada, casi por impulso, naturalmente. La pequeña no era conciente de lo mucho que yo la amaba, todo lo que yo pude darle siempre fue poco. En su locura, soñaba con ser mi esposa, y cada fotografía que tomaba, según ella, sería un documento de nuestro amor. Nada hacía suponer en los momentos de tranquilidad y amor, que nos deparaba un futuro de violencia, de intentos de suicidio y de culpas. Yo creía en ella, confiaba en su amor, y le suplicaba que se cuidara, que no cometiera locuras con su cuerpo y que sobre todo fuera fuerte y actúe con madurez. Pero eso era imposible, no comía, no dormía y tampoco disfrutaba de nada. Se cortaba los brazos y buscaba mi refugio como si fuera su mejor médico, su salvador. Y yo que ni siquiera podía con mi propia pena, decidí dejarla, y ponerme de novio con una chica que si podía darme sanidad, que sí podía en ese momento darme paz. Inocentemente sin contar con que entonces nadie podía estar a mi lado, porque mi niña terrible estaba siempre cerca para impedirlo, si era necesario, con su propia muerte.

ME DICEN ALEJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora