VI

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POV Alexandra

Salí de casa del Sr. Matthews como alma que lleva el diablo, él había besado mi mejilla y yo me había puesto como tomate y lamentablemente para mí, así como no pasó desapercibido para él, tampoco lo fue para mi madre.

- ¿Por qué estas sonrojada? -preguntó mi madre con voz burlona una vez entré al auto.

-Hace demasiado calor -contesté refunfuñando, quité mis gafas y tomé el puente de mi nariz entre el pulgar y el índice acariciándolo lentamente -me duele el puente por llevar estas estúpidas gafas -refunfuñé.

-Lo siento cariño, pero debes soportarlo -dijo con cariño en su voz-pero perdiste así que te toca venir conmigo-cambio su tono a uno burlón.

-Sí, sí, sí, ya lo sé -ambas reímos.

-Además no puedes usar lentillas -continuó -recuerda la vez que quisiste usar unas y tus ojos parecían focos navideños cambiando de color por la luz -soltó la carcajada y así fue todo el camino hasta casa, hablamos sobre cosas triviales hasta que sacó el tema de mi sonrojo al salir de casa del Sr. Matthews -Y bueno, ¿qué te hizo sonrojar tanto?, su sonrisa, su voz, su mirada, o el sabor de sus labios -preguntó mi madre mofándose.

- ¡Dios mío madre! -grité sintiendo como el calor subía hasta mis mejillas

- ¿Qué? me dirás que Alexander no te parece atractivo, es muy amable, elegante y huele muy bien -me reí ante sus ocurrencias -además, es la única persona en la que te confiaría si me llegase a pasar algo -comentó con una sonrisa que denotaba tristeza; detuve el auto en la entrada de la casa y me giré quedando frente a ella.

-No te va a pasar nada -tome sus manos entre las mías y proseguí -no voy a dejar que te pase nada -ella quiso decir algo, pero no la dejé -porque si es así me muero.

-Bueno, vamos a dentro que ya es tarde y mañana debemos madrugar -asentí bajando del auto.

-Te amo mami, eres la mejor madre que he tenido – me reí

-Te amo más que a mi propia vida, pero a veces me sacas de casillas – refunfuñó y subió las escaleras con pesadez.

Una vez mi madre se fue a dormir empecé con mi rutina diaria, estaba cansada y la comprendía ella también lo estaba, pero aún no me podía ir a acostar debía recoger un poco las cosas, empezando por la cocina, lavé los platos del desayuno, los sequé y coloqué en su lugar, barrí y pasé un pañuelo quitando el poco polvo que se asentaba sobre la encimera y la pequeña isla en el centro; lo siguiente por limpiar era la sala, pase un paño húmedo por todas las superficies planas, cambie el agua del jarrón con margaritas que se encontraba en la mesita de cristal en el centro del pequeño salón entre el sillón más largo y el televisor, por último trapee y seguí con el pequeño comedor que fue lo más fácil, limpie la mesa y las sillas para evitar que se llenarán de polvo debido a su no uso, coloqué un nuevo camino de mesa blanco y me dirigí hacia la lavandería, saqué la ropa de la secadora, la doblé y la lleve hasta mi habitación ya que antes de irme la había puesto a lavar y a secar, se preguntaran porque no lave el baño de la planta baja y eso es porque nadie lo usa, tanto mi habitación como la de mi madre tienen sus propios baños así que de eso se encarga cada una; entré en la habitación de mamá despacio dejé la ropa sobre el sillón que se encontraba junto a la puerta y salí de igual manera.

Una vez termine de limpiar el baño tomé una refrescante ducha, pegué la frente a pared mientras el agua caía refrescante sobre mi cuerpo, mi dedos inconscientemente tocaron mi mejilla y recordé el beso del Sr. Matthews, sus labios sobre mi mejilla y su aliento en mi oído, por un momento quise imaginar lo que sería tener sus labios sobre los míos, sentir su aliento golpear mi rostro de frente, a que sabría, digo quise porque así como esa idea llegó a mí, se fue, mis manos recorrieron mi cuerpo marcado recordándome porque no me podía enamorar como mi madre quería, recordando lenta y dolorosamente el porqué de mis noches en vela; salí envuelta en una toalla, mi cabello rojo goteaba en el suelo de la habitación mientras me dirigía al armario, me puse un culotte* y una camisa negra que me llegaba a medio muslo, sequé mi cabello con la toalla y me acosté, miré el techo por no sé cuánto tiempo hasta que me perdí en la oscuridad de la noche quedándome dormida.

Más que a nada en el mundo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora