CAPITULO 13

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               CERRANDO TRATOS
Marco.
Llegué a la hora acordada con mi abogado, conocía a Rupert desde siempre. Era un niño de la calle cuando lo vi la primera vez, tendría alrededor de cinco años y lo pesqué tratando de robar para comer. Me apiadé de él y lo llevé a vivir conmigo. Le di un techo y educación, como recompensa gané un verdadero amigo. Es la única persona que sabe de mi naturaleza, algo así como Alfred Pennyworth es para Batman.

Estudió leyes en Yale, se casó y enviudó sin hijos, no se volvió a casar por lo que se quedó solo, haciéndome compañía. Ahora tiene 66 años y confío plenamente en él.

Jenkins nos llevó a una pequeña sala de juntas, su abogado es su propio hermano ¡Obvio! Rupert estudió los papeles y me dio su aprobación, todo se encontraba en regla, ambos firmamos entregándole mi copia a Rupert.

Frederick me extendió la mano esperando un apretón de manos que nunca llegó, salí de ahí aprisa, ese hombre realmente me enferma. Lo escuché mascullar improperios pero no me importa, Naoli no tendría que volver a verlo en su vida.

Recogí lo que ella me indicó, busqué bien el bolso, lo encontré tirado debajo del escritorio, recogí algunas cosas esparcidas y guarde todo. Llevé a Rupert hasta su casa y de ahí me dirigí donde Naoli.

Parquee cerca del edificio, busqué en la lista su nombre pero no lo ubique. ¡Maldición! De seguro esta a nombre de su madre. Saqué el celular y marqué su número.

-Marco. -Me contestó casi de inmediato.

-Estoy afuera. -Le respondí.

-Voy a bajar, dame un momento.

-No es necesario, ábreme, ¿Cuál es tu piso?

-No, el elevador no sirve.

-Naoli abre la puerta.

-Yo.... No vivo en un palacio ¿Sabes?

Entonces lo comprendí, no quería que viera el apartamento, como si eso me importara un rábano.

-Abre. -Le insistí con tono autoritario.

-Piso tres, apartamento quince. -Me dijo mientras que la puerta se abría. Cerré al paso.

Es verdad cuando dijo que el elevador no servía así que empecé a subir las escaleras hasta llegar a mi destino. Llevaba una caja con sus pocas pertenencias, ella me esperaba y aun dudando me deja entrar.

-¡Oh vaya! -Exclamé cuando vi el desorden y un olor ha guardado y humedad, entre otras cosas que me golpearon las fosas nasales.

-Te lo advertí. -Me respondió con las manos metidas en las bolsas de sus jeans y la mirada perdida en el suelo.

-Aquí están tus cosas. -Agregué entregándoselas.

-Gracias. -Pronunció avergonzada. -Vamos a mi cuarto. -Me sugirió.

Su habitación parecía otro mundo, todo en perfecto orden y muy limpio. Incluso olía bien como a lavanda.

Se sentó al borde de la cama y la imité sentándome a su lado. Vestía un jeans negro y una camisa de franela a cuadros con unas sneakers rojas. Colocó la caja en medio de la cama.

-Bienvenido a mi infierno. -Susurró sin mirarme.

-No está tan mal. -Mentí.

Intercambiamos una sonrisa rompiendo un poco el hielo.

-¿Quieres tomar algo? -Me preguntó.

Sí, a ti aquí y ahora en tu cama, pensé.

-No, gracias.

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