Chica número seis

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Bailar es un arte que implica fuerza y coordinación. Bailar es una forma de vida. Das todo en la pista, alma y cuerpo, y a cambio el público te recompensa con sus alabanzas y felicitaciones.
Ella siempre bailaba, andando, comiendo, hablando. No se estaba quieta ni un momento, tenía seis años cuando la conocí. Su madre era amiga mía y por lo tanto un día me invitó a cenar. Sí, esa niña era pequeña y demasiado joven, pero se movía con una gracia inimaginable. Su mayor sueño era ser bailarina. Le gustaban todos los bailes, pero si llegara a serlo de ballet, aquella pequeñaja sería la más feliz del mundo.

Un día me llamaron del hospital, me dijeron que yo estaba en la lista de sus padres por si les pasaba algo, al parecer habían tenido un accidente de tráfico, el padre murió en el acto, la madre luchaba por sobrevivir y la niña tenía rotas varias articulaciones, tal que el tobillo derecho, la rodilla izquierda, tres costillas y todo el brazo derecho.
Dentro de lo mal que estaba, ella estaba libre de peligro.
Fui corriendo al hospital, pero cuando llegué, aquella mujer, madre y esposa, había muerto.
La niña todavía no depsertaba, me quedé con ella tres días, al cuarto ya abrió los ojos y me miró. Sus ojos se cristalizaron y lloró, lloró aunque cada sollozo la doliera como mil punzadas en el pecho. Sabía qué significaba que yo estuviera ahí y sus padres no.
Tardó seis meses en curarse, aunque no del todo, a veces el tobillo se le encajaba y la rodilla se la tensaba sin motivo, haciendo que no pudiera moverse. Sus sueños de bailar fueron rechazados por su cuerpo.
Vivió tres años conmigo, ya no era la misma, era triste y negativa. Por todos los medios intentaba que ella volviera a ser como antes, pero no había manera.
Lo intenté todo, pero no era suficiente, algo en ella se negaba a salir de aquel pozo, hasta que alguien apareció.
La pequeñaja siempre la llamaba Coraline, aunque ese no fuera su nombre, más bien ese era el nombre que había deseado tener.
Al principio pensé que era una amiga imaginaria, pues jamás la había visto, hasta que un día una mujer con piernas delgadas y fuertes, hombros anchos y cintura de avispa me entregó unos formularios en los que pedía la tutoría de la pequeña. Me negué, pues no la conocía. Ella lo entendió y cena tras cena fui viendo la gran persona que era esa tal "Coraline". Finalmente, tras casi un año cedí ante las súplicas de la pequeña y ella se fue con aquella profesora de ballet.
Años después, precisamente este año, recibí una carta de Coraline, no era una normal. Era una de suicidio.
Me relató cómo hacía poco habían secuestrado a la pequeña mientras ella la compraba un collar en un puesto artesanal. Decía que la buscaron por todas partes hasta que tres semanas después la encontraron en una casa abandonada, muerta. Había sido violada y torturada con solo diez años. Coraline no soportaba más la culpa y me mandó esa carta, diciendo cómo su hija adoptiva había vuelto a bailar y cómo todo estaba bien y mejorando. Me explicó también que no me lo contó por no preocuparme y hacerme volver, ya que estaba en otro país. Luego la tinta se emborronaba por goterones que debieron ser lágrimas. Se echaba tanto la culpa que acabó con un punto final y siendo una breve e insignificante noticia en televisión:
"En la madrugada de año Nuevo se encontró el cadáver de la madre de la niña que fue violada en (no diré la ciudad). Todo apunta a un suicidio. Una trágica noticia sin duda, pero ahora pasemos a los deportes..."

Voces selladas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora