Chica número ocho

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Mi madre siempre me decía que una mujer no depende de un hombre y que un hombre tampoco depende de una mujer. Decía que las relaciones debían ser como una simbiosis, dos personas que se autoagradan y autoayudan sin intentar imponerse sobre la otra persona ni superarla.

Ella ayudaba a otros - ya sean mujeres u hombres - a vencer esa superioridad de su pareja y comenzar a vivir. Sin embargo uno de sus trabajos le costó la vida.

Aquel hombre al que ayudaba había estado sometido por su mujer durante diez años; ella siempre amenazaba con matarse a si misma o matar a sus dos hijos si él no hacía lo que quería, además de que en ocasiones impuso denuncias falsas que la ley creía. Así pues tampoco esta mujer era del todo culpable, pues a su vez era maltratada, mas no por su sumiso marido, sino por su superior en el trabajo. Toda su rabia e ira la sacaba contra su esposo en vez de contra aquel acosador que tenía como jefe. Todo esto desembocó en una pelea en la que mi madre se encontraba tratando de calmar todo.

Mi madre en principio trató de ayudar al marido, pero al ver que la mujer era la causa, se centró en ella, en ayudarla a frenar el maltrato al que estaba sometida y de esta forma ella dejara de tener a su marido bajo sumisión. Todo iba bien, hasta que el jefe de aquella mujer recibió la denuncia, cargó su escopeta, entró a mi casa de noche, mato a mi madre, dejó en estado crítico a mi padre y a mí simplemente y por suerte no me vio.

Voces selladas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora