Capítulo Tres

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Lo que siento no podría definirlo en una descolorida y fugaz relación que seguro se desvanecerá tan pronto como se destiñan las rosas. Excusa que me gusta dar cuando no quiero mantener una relación con alguien. Siempre suelo sacar mi lado poético al momento de mandar por la borda todo lo más o menos construido con cierta persona, Cameron ya está harta de aquella frase y se enfurece cuando sabe que la he vuelto a utilizar, porque asegura que será mi boleto al infierno... pero, volviendo de nuevo al asunto triste, amargo y ponsoñoso de las relaciones, ahora incluyendo citas, anoche tuve una cita con Alberto (sí, el bailarín egocéntrico) y, a pesar de que él hablaba y hablaba de la gran flexibilidad que tenía y como está también atacaba su corazón, me divertí bastante, no de la forma romántica, sino que, las cosas tan absurdas que decía, me hacían reír a carcajadas gigantes, intentaba no ser borde, puesto que es el único bailarín al que juzgo imbécil.

Mientras él me comentaba sobre la vez que leyó a Julio Cortázar y como lo relacionó con la libertad de bailar, yo comprendí que la estupidez humana no tiene medida. Pero también comprendí que los bailarines son personas sumamente inteligentes y capaces, capaces de todo. Puesto que la mayoria sabe que es sentir y encontró en el baile la forma de sentirse libre, entienden de que se trata la sensibilidad y a que conlleva eso, entonces regreso al asunto de la estupidez humana para darme cuenta que hay dos clases de personas, las inteligentes que se creen idiotas y los idiotas por naturaleza. Y ahí es cuando se entra al dilema existencial que sólo los individuos de mente abierta logran comprender.

Yo no sé que clase de persona soy, pero espero con ansias ser idiota por naturaleza, porque entonces los inteligentes que se creen idiotas, al creer ser idiotas, se vuelven idiotas y eso conlleva a darnos cuenta entonces, que en el mundo nadie es inteligente y quien ese título carga, sólo es un idiota valiente, que quizo tomar riesgos.

Aveces mientras me siento en el sofá de mi casa y me cobijo con una manta, por mi mente pasan muchos recuerdos en forma de luces continúas y descendientes... suelo estar tan cansada y aún no descansar preguntándome ¿cómo es posible que esas teorías tan estúpidas ronden mi cabeza todo el bendito día? No es normal que las personas piensen de esa forma, pero entonces vuelvo a preguntarme ¿qué es normal? ¿y por qué todo tiene que erradicar en la normalidad? Y vuelvo al punto principal, para comprender bien o quizá mal, que los idiotas por naturaleza pueden ser llamados personas inteligentes o también locos, artistas y hasta soñadores, pero más usualmente, estúpidos.

¿Y por qué llamarlos estúpidos? Fácil, porque no son amantes de la cotidianeidad, no les gusta reprimirse y aman volar, no precisamente de la manera que uno se imagina, son diferentes, tanto que si fueran un color, serían lila... o dorado. Quién sabe.

Pola, quién es una chica inteligente que se cree idiota, siempre habla sobre lo estúpido de mis teorías y no la culpo, hasta yo las creo estúpidas, pero provienen de la parte más obscura de mi cabeza, así que no desecho posibilidades. También es comprensible porque, su mente no da más que para cantar como soprano y aplaudir cuando no desafina.

Entonces... viéndolo de una manera más concreta, idiota no es idiota, así como inteligente es idiota.

Té de canelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora