Capítulo Siete

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Hace ya muchos años, cuando Ana apenas comenzaba a tomar sus primeras clases de danza, había una chica, rubita, alta, tes clara y ojos amielados que solía asistir a la misma compañía que ella, se llamaba Paulina. Paulina creía que era la mejor en lo que hacía y, tenía razón, su técnica era sumamente impecable, eso, conforme a la técnica, hablando respectivamente de otras danzas, como la contemporánea o la folklórica, parecía un desastre en progreso, pero ella creía que era muy buena y eso, según sus ideales, le daba el derecho de hacer menos a demás chicas, sobre todo a Ana. Todos siempre llegamos a concordar cuando decíamos que parecía que Paulina no tenía alma y efectivamente, ella estaba tan podrida por dentro, que ya ni podía fingir la puta amargura de su carácter. Variadas veces llegué a estar presente, cuando la pálida le enumeraba a Ana sus defectos como bailarina, y cito:

"Número uno. Sos demasiado bruta.
Dos. Comenzas demasiado tarde, no seguís el ritmo.
Tres. Demasiado enana... ¿vos crees que llegarás a ser alguien en la danza con ese tamaño y... ese cuerpo?
Cuatro. Necesitas belleza.
Cinco y quizá la más importante. Ante todo, una buena bailarina, necesita talento y vos, no tenes ni una pizca de ello."

Siempre ocurría la misma historia, que si Paulina hizo esto, que si Paulina hizo lo otro... después de gradruanos, yo me desentendí completamente de todas las personas que estaban en mi generación, excepto de Capuleto y Ana, sobre todo de Ana, éramos muy buenas amigas, siempre estuve ahí cuando al escuchar a la vibora blanca de técnica impecable pero pasión invisible, lloraba. Fingia que no le dolían sus palabras ponsoñosas frente a los demás, pero sola, bajo la tenue luz de su habitación, no dejaba de preguntarse si realmente estaba hecha para la danza o no servía ni siquiera para ello, yo lo sabía, nadie más. También sabía que un día después de haber dudado tanto, llegaba al estudio con una sonrisa gigante y con la energía de un niño, todos hablaban de lo buena en ballet que era Paulina, pero yo hablaba de lo increíble que era Ana en toda danza, en la pasión y en las ganas que tenía de ser y no sólo existir.

Porque al final, eres pasión y quieres volverte libertad, estás hecho de desesperación y sueños caídos, pero de deseos infinitos y ganas de ser, para poder exisistir.

Ana logró comprender eso y es algo que aún me sorprende, sus ganas jamás cesaron. Ahora ella es bailarina principal en la compañía Royal Opera House y Paulina, es soltera, dejó la danza por completo al ser rechazada en la compañía de New York y trabaja como secretaria en una empresa pequeña.

Té de canelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora