Capítulo 2.

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El aturdimiento aún no ha desaparecido cuando aparezco en un callejón cercano a mi edificio, a unas dos manzanas.

Camino apresurada, taconeando estrepitosamente sobre el pavimento, pues mis pisadas se han vuelto irregulares y torpes, nada típico en mí. El camino hacia mi apartamento me resulta eterno, inexorable, cada paso que doy parece alejarme más y más de mi destino. Sin embargo, eso no es más que una ilusión pues consigo llegar al edificio, entrar al portal, subir por el ascensor y conseguir abrir la puerta del apartamento.

Me quito el abrigo nada más entrar, el calor en la casa me resulta sofocante y se me hace imposible soportar el suave peso del pelo sobre mi cuerpo. Mi respiración empieza a agitarse, mi aura a descontrolarse, mientras recorro el pasillo hacia el salón siendo incapaz de sacarme de la cabeza aquella voz. Aldina, Aldina, Aldina repite una y otra vez crispándome los nervios.

Intento buscar la calma, apaciguarme. Mi aura parece estar fuera de mi alcance. Algo va muy mal, esto no suele pasarme, soy perfectamente capaz de controlar mis emociones.

Me paro frente a la entrada del salón. Cierro los ojos, buscando conseguir así visualizar mi aura. Lo que veo en su lugar es el rostro del chico, de aquel joven de pómulos angulosos y marcada mandíbula que me miraba de forma dubitativa y pronunciaba aquel nombre, lejano y ausente, pero no desconocido.

Un estrépito me hace abrir los ojos de golpe.

-Vaya, conque aquí estás.

Doy una larga ojeada al salón antes de fijar la atención en la persona que ha hablado. Mi salón no ha cambiado, ¿por qué debería haberlo hecho? Los grandes ventanales siguen en su sitio, con los estores en tonos grises a medio levantar dejando traspasar la suave luz invernal de primera hora de la mañana. El gran sofá negro en forma de L permanece pegado a la pared derecha del salón con su pequeña mesa de café de madera de cerezo blanca. La tele de plasma junto a los vanguardistas muebles, de la misma madera que la mesa de café, que contienen cubertería, vajillas, nuestra pequeña alacena de bebidas alcohólicas y cualquier otra cosa que se pueda guardar en unos muebles de salón.

Todo sigue en su sitio, al igual que lo abandoné temprano esta mañana.

Por fin la miro, está plantada en mitad del salón, con unos shorts deportivos de la marca Adidas, una camiseta blanca ajustada y el pelo suelto cayendo en suaves ondas hasta la altura de su pecho. Varios brillos dorados ondean en su cabello a la par que ella acercándose a mí, coloca los brazos en jarras.

-¡Qué sorpresa la mía levantarme a las siete de la mañana y descubrir que tú, si tú Livvy, no te encontrabas en tu habitación! -exclama sonriendo con un tono demasiado ufano. En sus palabras solo escucho, estoy enfadada contigo.

-¿No se supone que los vampiros hacen vida nocturna? -respondo, hablando por primera vez desde que salí de Syracuse.

Ríe falsamente.

-Eso era hace mil años, por favor.

No me he movido del umbral mientras ella continúa observándome, sus ojos castaños parecen despreocupados, pero su aura me dice que no es así, que sí que lo está.

-No pasa nada Shana. No ha pasado nada -puntualizo.

-Pensé... Que te habías ido otra vez, que habías vuelto a dejarme. -Su voz se quiebra insignificantemente-. Tus cosas siguen aquí, pero no sería la primera vez que te vas sin nada...

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