Capítulo 7.

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En el primer cajón a la derecha. No. En el tercero a la izquierda. No. En el segundo a la derecha. Sí. Ahí se encuentra la tablet. La agarro y me siento con ella en la cama. Empiezo a ojear las diferentes carpetas.

"Estimada eterna, bienvenida a la Academia de Eternia.
Esta institución fue fundada el 18 de marzo de 1603 por el actual director y Sapiens Osbald Dominio [...] La Academia cuenta con el mejor profesorado especialista en todas las materias correlacionadas con los ocultos, incluyendo incluso visitas recurrentes de prestigiosos Legendarios."

Salgo de esa carpeta e intento buscar un mapa. Todo lo que pone en ella ya lo conozco. Yo estuve presente cuando la Academia se fundó. Encuentro un archivo llamado Corregimiento que llama mi atención así que lo abro.

"El programa CEA (Corregimiento de Eternos Alterados) ha sido creado con el propósito de facilitar la corrección y recuperación, de manera individual y especializada, de aquellos que por causas superiores han sufrido alguna clase de alteración o trastorno en sus habilidades, aura o emociones con los consiguientes síntomas de descontrol e inestabilidad que pueden llegar a causar males mayores sobre el individuo y/o su entorno.

[...] Los integrantes del programa serán clasificados por niveles dependiendo de la intensidad de su problema tras un reconocimiento realizado poco después de su instalación en el edificio".

Dejo de leer abrumada por la información. No estaba al tanto de que hubiera tantos eternos con problemas como para crear un programa especial para ellos.

Puedo comprender ahora para que quería la profesora Ross que la buscara cuando me encontrara mejor, querían hacerme un reconocimiento. Supongo que es el protocolo normal, no debería alarmarme.

Pero me pone muy nerviosa.

Consigo tras varios minutos encontrar un mapa y localizar rápidamente el despacho de la profesora Ross. Dejo la tablet donde se encontraba antes y salgo de la habitación.

Me encuentro ante un deshabitado pasillo de suelo de mármol de un tono casi negro y paredes de piedra grisácea. Algunos cuadros que no reconozco cuelgan de las paredes entre las puertas que supongo conducen a las demás habitaciones. Miro en ambas direcciones y descubro las escaleras en uno de los extremos.

Toco el colgante para asegurarme de que aún continúa allí. Me siento aliviada al hacerlo, lo que me permite caminar con paso firme hasta las escaleras y empezar a descenderlas sin cruzarme con nadie.

Al llegar al final un niño se estampa contra mí sollozando. Consigo evitar que se caiga al suelo y me agacho para quedar a su altura.

-Quiero ver a papá y mamá -lloriquea. Leo en su aura que es un eterno-. ¿Dónde están mamá y papá?

Una profunda tristeza nubla el resto de sus emociones. Me quedo en estado de shock y las palabras no salen de mi boca. No sé que le habrán dicho a este niño, no sé porque cree que está aquí.

Debe tener unos cuatro años, con sus rizos castaños, sus manos regordetas y sus enormes ojos verdes surcados de lágrimas, hubiera sido el niño mimado de la familia.

-¿Cómo te llamas chiquitín? -le pregunto intentando sonar dulce.

-Los profesores me llaman Enzo -responde frotándose los ojos-. Pero papá y mamá siempre me han llamado Noah.

Su respuesta me desconcierta, ¿no se supone que un eterno tan pequeño no debería saber nada sobre sus padres?

-¿Hace cuánto que no ves a tus padres, Noah?

Sin duda Noah es un nombre mucho más bonito que me trae buenos recuerdos.

-No lo sé -balbucea-. Muchos días.

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