5. Calatañazor

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Tras un par de días de cabalgada, Rodrigo desesperado, decide complacer a los hombres que le acompañan.

Su paciencia, era limitada y con el paso de los días, se estaba agotando. Comenzaba a rondar en su cabeza la idea de que no llegarían ni a Valladolid.

Estaba sentado, sólo, en una mesa de la pequeña taberna, en la que habían decidido pasar la fría noche.

Calatañazor era, para su opinión, un lugar frío y remoto en los límites del reino de Castilla.

Mientras degustaba las gachas acompañadas de un trozo escaso de carne de cerdo, pensaba cómo había acabado en aquella taberna maloliente de aquel remoto lugar.

¿Dónde podría hallarse Soledad?, era una pregunta demasiado recurrente durante los últimos días.

Su esperanza se iba marchitando día a día.

Sentado en aquel banco de madera ruin y mientras comía algo caliente, sólo pensaba que si la llegase a encontrarla, algún día, sólo podría darle un entierro digno.

Su gesto cada día que transcurría de aquel viaje, vano para él, era más hostil y taciturno.

Los hombres que le acompañan, además de sufrir su mal humor durante el viaje, no tenían fe alguna sobre ejecutar la misión encomendada.

Objetivo al cual no estaban acostumbrados, aquellos hombres curtidos en mil batallas y con miles de heridas sufridas.

Pero aunque estos hombres estaban curtidos en los peores lares que configuran los reinos que son limítrofes, se apenaban del pobre Rodrigo.

Sabían igual que él, que si no encontraban a aquella muchacha, totalmente ajena a ellos, el joven tendría que imitar la confesión que había decidido tomar su padre. Les había dejado claro que no era el camino que deseaba seguir.

Quizás eran tan comprensivos con el muchacho, un simple niño criado entre buenas telas y una lumbre permanente, ya que les daba un trato humano, no eran simples espadas para el joven Rodrigo.

Rodrigo seguía sumergido en sus taciturnos pensamientos cuando se vio interrumpido por el ofrecimiento de una copa de vino.

Rodrigo la aceptó con una tímida sonrisa.

- Parece joven que no se halla en búsqueda de su amor, sino que va en busca de la muerte.- Dijo Carlos, uno de los hombres a cargo de la protección de los Luna, que había sido asignado para acompañar al joven en su viaje.

- Siempre habla determinando el fin último, señor, parece que sólo le evade de ella el vino en grandes cantidades.- Rodrigo, tras definir la forma de ser de aquel hombre en el que la barba le tapaba gran parte del rostro, alzó la copa para brindar con aquel extraño hombre.

- ¿Puedo hacerle una pregunta personal, joven?- Dijo Carlos, tras terminar el contenido de su maltrecha copa de madera.

- Es lo menos que puedo ofrecerle, además del pago que les otorgue mi abuelo.- Dijo Rodrigo mientras se le escapaba una pequeña carcajada.

- ¿Cómo es esa muchacha, para que le haga vagar por los caminos más intransitables en su búsqueda? – Dijo con una mirada lasciva y entornando su comisura.

- Por favor, Carlos, en temas de mujeres sólo pensáis en ellas con un solo fin.

- Ya le he explicado, joven, que en ese aspecto hemos perdido la humanidad que nos caracterizaba. Pero si va a evadir mi pregunta, dígame directamente que no me va a contestar. – Dijo mientras le llenaban de nuevo la copa, eso significaba para el tabernero más monedas que acumular.

Rodrigo rechazó una nueva copa de vino, educadamente tapando con la mano la boca de la copa.

- Claro que responderé a sus preguntas, señor, pero sabe bien que me intriga su relación con las mujeres. Por qué busco desesperadamente a Soledad, créame que me hago esa misma pregunta desde que partimos. En realidad es por todo lo que siento y por lo que creo que le debo. Es un torbellino en mi interior, sólo siento que mi fin último es encontrarla no sólo por lo que siento por ella, sino porque ella no se merece vagar por donde lo esté haciendo en condiciones a las que ella creo que no sabe defenderse.

- La amas, joven, pero has de tener siempre presente, que puede estar muerta o que otro caballero haya acudido a su rescate. – Dijo con un tono autoritario.

- Pero en ese momento, Rodrigo se percató de la posibilidad de la existencia de otro hombre en su vida. Y sin poder evitar la cólera invadió todo su cuerpo. Se levantó, tirando el banco, el cual le sostenía y, se dirigió hacia el aposento que le fue asigno.

No con Carlos, sino consigo mismo por llegar a ser tan ingenuo en pensar que la encontraría y que ella le respondería al igual que él lo haría.

¡Qué maldito ingenuo!, se repetía para sus adentros una y otra vez.

Una vez tumbado sobre el catre, se maldecía una y mil veces, la posibilidad de encontrarla en los brazos de otro le carcomían.

Qué estúpido he sido, he creído desde un principio que ella también deseaba este enlace. Nuestro enlace. Pero en realidad, no sé lo que ella realmente piensa.

O pensaba...

Y si le encuentro vagando por un camino, cualquiera, eso no importa, le digo que soy su prometido y me repudia. Es una posibilidad, igual de factible o más que lo que yo me imaginaba.

¿Y si no la encontraba?, ¿y si realmente la encontraba muerta?

¿Y si la encontraba viva?, ¿cómo reaccionaría Soledad al conocer a su prometido?, ¿y si la encontraba en los brazos de otro?

Cómo puedo divagar en temas tan vánales cuando en realidad no sé ni siquiera donde se encuentra, si se encuentra bien.

Pero he de ser sincero conmigo mismo.

No puedo concebir una vida sin ella, o ¿no puedo concebir una vida en la que Soledad viva junto a otro hombre?

Me levanto del catre, si sigo dando tales vueltas, la romperé.

Comienzo a dar vueltas por el pequeño habitáculo.

Dando le mil vueltas a las mismas preguntas, mis dudas y comienzo a desesperar. Creo que nada me va a clamar.

Cuando creía que la desesperación me conduciría a la locura, oí el estruendo ruido que alguien ejercía golpeando la débil puerta de madera.

Ese estruendo ruido, repetido, sacó a Rodrigo de sus negativos pensamientos.

- Adelante. Dijo con desgana Rodrigo.

- Soy Alberto señor, me permite pasar.- Dijo con tono seguro en el umbral de la puerta.

- Sí.- Dijo Rodrigo, secamente.

- Se ha ido sin cenar, señor. Debe alimentarse, el viaje se tercia complicado. Y no siempre podremos alimentarnos.

- Sí, gracias Alberto, mañana tomaré el primer alimento caliente y abundante. No se preocupe.

- Señor, si algo le preocupa siempre puede desahogarse no sólo en el vino. Sé que puede parecerle que somos un par de desalmados y toscos hombres. Pero no sólo somos sus protectores, señor, también podemos ser sus confidentes, sus amigos. Recuerde lo, no solo somos una espada.

- Gracias, por los ánimos Alberto, pero ahora sólo anhelo descansar disfrutando de la soledad, de la que anhelo que me de tranquilidad.

- De acuerdo señor, yo mismo y Carlos saldremos esta noche a buscar algún vestigio de transeúntes, para poder proseguir mañana al alba. – Dijo mientras abandonaba la maltrecha habitación.

Rodrigo prosiguió degastando las cuatro esquinas de la habitación realizada con mampostería de piedra, mientras la lumbre se consumía y la noche dejaba paso a un nuevo día. 



Trébol (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora