Capítulo 1

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Pi, pi, pi, pi... Era el despertador del móvil, lo podía reconocer en cualquier parte del mundo. Lo apagué de mala gana y me abracé a Mimi, mi enorme gata negra. ¿En qué momento había entrado en mi cuarto y se había acostado conmigo? Debió de ser después de mi pesadilla.

No tenía ni ganas ni fuerzas para levantarme. Refunfuñé revolcándome entre las sábanas. Era viernes y aún así no quería levantarme. Sabía que a la mayoría de las personas les entusiasmaban los viernes, pero para mí seguía siendo un día más, un día más sin él.

— ¡Clara!

Escuché a Susana llamarme. Susana era la mujer de  mi padre y madre de Marta, mi hermana pequeña. No me gustaba pensar en ella como en una madrastra, los cuentos de Disney habían hecho mella en ese sobrenombre y ahora parecía tener connotaciones negativas, lo miraras por donde lo mirases. Para mí Susana era demasiado importante como para pensar en esos términos de ella. Por supuesto que nos peleábamos y discutíamos, pero también era la que me consolaba y la que siempre estaba ahí para mí.

— ¡Venga Clara, hora de levantarse! —gritó de nuevo.

Sabía que estaba en la cocina por el ruido que hacía con las cacerolas. ¿Cómo podía hacer tanto ruido a las siete y media de la mañana? Escuché a mi hermana pequeña canturreando una canción que le habían enseñado en el colegio esa misma semana.

— ¡Clara!

¡Qué pesada! ¡Todas las mañanas igual! Pero tenía razón, debía levantarme o llegaría tarde. Miré el reloj del móvil: las 7:36. ¿A que llegaba otra vez tarde al instituto?

— ¡Ya voy! —resoplé aún en la cama.

Al fin me destapé quitándome las sábanas de encima. Me miré en el espejo del armario que estaba frente a mi cama. Odiaba a ese espejo, no hacía falta levantarse de la cama para que te devolviera tu reflejo.

Mis ojos de color verde estaban aún más claros y enrojecidos al haber estado llorando durante la noche y mi pelo era extrañamente claro en contraste con mi piel bronceada. No me parecía a mi familia. Todos ellos eran de pelo negro y piel pálida. Debía de parecerme a Helena, mi madre, ella había muerto durante mi parto, no la había conocido, solo la había visto en las pocas fotos que conservaban los álbumes, pero la verdad es que tampoco me encontraba un gran parecido a ella. Ella era esbelta, alta y hermosa, en cambio yo era bajita y más bien del montón.

Escuché de nuevo a mi hermana canturreando y me levanté soñolienta de la cama. En ese momento entraba adormilada More, mi perra, la abracé con cuidado, estaba mayor pero seguía siendo tan grande como siempre. Era reconfortante abrazarla. La miré una vez más sabiendo que iría a dormirse a los pies de mi cama y me fui directa a la ducha.

Elementales y Cambiantes publicada por Ediciones En Huida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora