Era una tarde fría de invierno, las nubes cubrían todo el cielo de Londres. Era un ambiente lúgubre pero bello a la vez.
Yo estaba asomada al hermoso ventanal observando a dos niños que robaban en la calle. En parte me sentía mal por ellos, pues hubo una época en la que también tuve que robar para poder sobrevivir, entonces sólo tenía 8 años.
El noble señor Wickham me pilló robando el reloj de su bolsillo y en lugar de presentarme en comisaría, me llevó a su casa y me aceptó como una hija más, pues el señor Wickham ya tenía un hijo y una hija.
Mi padre adoptivo, el señor Paul Wickhan era catedrático de la Universidad de Oxford y enseñaba filología inglesa. Mi madre, la señora Elisabeth Wickhan era institutriz y nos enseñó lo básico a mis hermanos y a mi hasta los 16 años. A esta edad, mi hermana Mary, que era unos años más mayor, viajó a Noruega para terminar sus estudios sobre mitología. En cambio, mi hermano John y yo seguimos nuestros estudios en la Universidad de Oxford.
John y yo siempre estuvimos muy unidos, ya que nuestro padre siempre estaba de viaje. Nuestra madre nunca nos quiso contar el por qué de sus viajes, pero un día entré en su despacho y descubrí unos bocetos extraños, eran figuras negras y deformes. Cuando tuve el valor de enseñarle a John mi hallazgo, me hizo prometer que no le diría a nadie lo que había visto. Aquel día John se hizo adulto, con tan sólo 13 años, se volvió frío y distante...ese día perdí al hermano que un día tuve.