Jesús nos dijo : « Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación » sin embargo, muchas veces no escuchamos la advertencia del Señor, y consentimos en ella. Nos sucede como a los luchadores que, sin darse cuenta, bajan la guardia y entonces son fácilmente golpeados por el adversario.
Al consentir en la tentación faltamos contra Dios y contra su santa voluntad. Quebrantamos, a sabiendas y voluntariamente, la Ley de Dios. Y pecamos. Y así, el pecado es, ante todo, una ofensa a Dios.
Algunos creen que para pecar se necesita una maldad tan refinada que sólo cometen pecado los que realizan una acción movidos por el odio a Dios; pero quienes piensan así se equivocan. Para cometer un pecado no es necesario hacerlo con intención concreta de enfrentarse con el Señor: el pecado es, sencillamente, la desobediencia voluntaria a la Ley de Dios, y para caer en el es suficiente conocer esa ley y no cumplirla.
Esto significa que el pecado no es una sorpresa con la que nos encontramos de pronto, como algo llovido del cielo, sino que para cometerlo hacen falta tres condiciones:
* 1) Que una cosa sea mala o que se crea así; lo mismo da que sea por pensamiento,, por palabra, obra u omisión. ( Esto se denomina materia del pecado).
* 2) Darse cuenta de que aquello es una ofensa a Dios, porque incumple su santa voluntad ( advertencia ).
* 3) A pesar de ello, querer hacerlo.(Consentimiento).
Cuando se dan las tres condiciones existe un pecado personal, porque se ha querido algo malo, sabiendo que ofendía al Señor.
El hombre al pecar renuncia en su corazón al amor a Dios Padre, se aleja de El rompiendo - del todo o en parte, según los casos - su amistad con Dios y la vida de la gracia.
Algunos no comprenden la malicia del pecado porque no piensan en Dios, sino en ellos mismos. Actúan como si una falta fuese mas o menos grave según su impresión personal; más no caen en la cuenta que la gravedad está, no en lo que ellos piensen, sino según lo que ofenda a Dios y le aparte de El.
El pecado emplea los bienes que Dios ha puesto a su disposición, sirviéndose de ellos para satisfacer su egoísmo y no para la gloria de Dios. De este modo el pecador es esclavo del dinero, de las cosas, de su orgullo, de su¡ soberbia... ; y de tantas otras cosas que apartan su corazón de Dios.
Recordemos por ello, que no todos los pecados son iguales. Unos son mortales porque matan en el alma la vida de la gracia; y otros son veniales porque, aunque no acarrean la muerte de la vida de gracia, si dejan una herida en el alma y nos dispone para caer en pecados más graves.