Para recibir el perdón después de haber pecado no basta con decirle a Dios dentro del alma que nos pesa haberle ofendido. Pues el mismo Jesucristo dijo a los Apóstoles:
"A quienes perdonarais los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (S. Juan, 21,21)
Y es claro que ningún sacerdote puede perdonar o retener los pecados e imponer la penitencia adecuada si el pecador no le da a conocer sus pecados y le muestra su arrepentimiento.
En la confesión deben confesarse todos los pecados mortales indicando , además , su número y las circunstancias importantes, en la medida que sea posible. También es muy conveniente la confesión de los pecados veniales, ya que aumenta la gracia en el alma y presta nuevas fuerzas para la lucha.
La confesión debe ser siempre muy sincera. Cuando vamos al medico, no nos callamos ninguno de los síntomas de nuestra enfermedad, si queremos que nos cure. De igual modo, debemos confesar al sacerdote nuestros pecados con claridad y sinceridad, sin callar ni desfigurar nada. El que calla a sabiendas algún pecado mortal, por vergüenza o cobardía, comete otro pecado mucho más grave, un sacrilegio, y no se le perdona ninguno de los pecados confesados.
Tanta importancia da la Iglesia a la confesión personal y secreta de los pecados, y así la Iglesia declara:
" Si alguno dice que el modo de confesarse secretamente, a solas con el sacerdote, que la Iglesia observó desde el principio y sigue observando, es ajeno a la institución y mandato de Cristo, y una invención humana , sea excomulgado"