~SIX~

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Tercer y cuarto año fueron completamente iguales, sin contar que tenía en cuarto a una maestra que era amiga de mi mamá. Era muy buena enseñando su materia, tanto que logró infundirme un amor profundo por las matemáticas muy difícil de romper. Tanto era el amor que creé muchos ejercicios en hojas vacías para ayudar a Brisa, ya que me había pedido ayuda. A ella le costaba mucho entender.

Por suerte, el hecho de que la maestra me conociera, servía de algo para cuando me molestaban, se reían de mí en mi cara o me decían cosas que me ofendían. Ella los retaba, sí, pero si hubiera sabido que quejándome hacia que ellos aumentaran sus burlas, no habría abierto la boca esa primera vez que fui a decir que me molestaban durante el recreo.

Ellos hacían lo que querían, me gustara o no. No me gustaba para nada, pero no tenía forma alguna de detenerlos... Ya estaban demasiado acostumbrados como para intentar cambiar algo.

Ese año, sin darme cuenta, tuve que entender por las malas que uno podía jugar y bien, con honestidad, y aún así perder la partida. Aprendí que uno podía ser buena persona con todos los que se te cruzaran en tu vida, y que los demás seguirían lastimándote, sin que les importara lo más mínimo tus sentimientos. Entendí que la vida a palos era algo que uno debía aceptar de una forma buena o de una forma mala. Supe que uno caería muchas veces en la vida y que te obligarían a levantarte, aunque uno ya no quisiese hacerlo.

Los días siempre iban a ser iguales. Una niña tan pequeña e idiota como yo no iba a poder cambiar nada. No había forma de lograr causarles pena alguna. Ellos estaban destinados a volverse mis demonios personales, y debía resignarme a ello.

Todo me dolía en ese punto de mi vida. Cualquier palabra mala que me dijeran podía sacarme un mar de lágrimas, que les servía como regalo por sus acciones, para que entendieran que estaban haciendo bien su trabajo.

Sabía que a nadie le podía contar sobre este problema, porque se terminarían enterando todos allí, y no estaba para nada dispuesta a soportar más miradas sobre mí de las que ya había.

El sentimiento de inutilidad que sentía dentro de mí no paraba de crecer, y no tenía la más mínima idea de como detenerlo. ¿A quién se le puede pedir ayuda cuando no tienes a nadie?

Ma petite violoniste | #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora