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    Septiembre, 2178

Nunca tuve la necesidad de plantearme qué hacer. Es decir, ¿era evidente, no? Mi madre era un mercader de armas; mi padre, también, y mi hermana Elizabeth acababa de liderar un nuevo proyecto de compra de hachas de guerra en Halfcity, de modo que el obtener productos de esa ciudad lejana fuera tarea más fácil. Se aseguró de conseguir la mercancía en tres cuartos de día en vez de uno entero y todo ello a un precio más asequible. Todo un logro; mis padres estaban orgullosísimos de ella.
  Nuestra ciudad, Highland, es una de las pocas seguras que quedaban.       Segura y pacífica. Y ya era mucho desear. Incluso estaba amurallada y poseía un par de atalayas colocadas idóneamente. Por si las moscas.
  Mis padres temían que esas extrañas criaturas que acechaban una parte del mundo se adentrasen algún día en nuestro territorio, pero sospecho que era más bien por si ello afectara de alguna forma a nuestro negocio.   Riqueza ante cualquier otro modo de vida, ese era el lema que se proponían inculcarme.
  Los monstruos hicieron acto de presencia un siglo y medio antes. Al principio nos atemorizaron hasta tal punto que creímos que llegaría el fin de la humanidad; sin embargo, exageramos.
  Pronto aprendimos parte de sus puntos débiles y repelimos algún que otro ataque.
  Se imprimieron miles de millones de ejemplares de libros con el fin de dar a conocer esas debilidades e instruir a futuros guerreros y guardianes, protectores de todas las localidades.
   Algunas de las bestias más feroces destruyeron gran parte de los edificios, los aparatos y las personas.
  La tecnología y las escuelas normales pasaron a la historia. La luz que utilizábamos consistía en velas o en generadores viejos. Respecto a la ropa y calzado, eran variados. Aún los había que llevaban camiseta y deportivas, pero la mayoría utilizaba la vestimenta de varios siglos anteriores. Eran muy comunes los zuecos. Vivíamos prácticamente como en la edad media.
  Me propopuse salir por fin de mi lujosa casa hacia mi rutina diaria. Si la vida es un viaje en barco, mi timón y mi brújula siempre perseguían la misma dirección.
  -Anya, una pizca de puntualidad te hará bien -me regañó mi madre al llegar a nuestro gremio (así es, volvimos a los gremios)-.
  Miré mi reloj de pulsera. Me había retrasado dos minutos.
  -Lo siento, madre.
  -Lleva las nuevas hachas al almacén.
  Antes de que lograra siquiera dar media zancada, mi madre comentó orgullosa:
  -¿No es genial, hija? Elizabeth ha conseguido esto -agarraba con firmeza un saquito abultado, lleno de guardiantes-.
  -Es asombroso, madre.
  Y así eran todos los días. Dejando de lado la innovación de mi hermana, de ocho de la mañana hasta la misma hora de la tarde mi familia y yo hacíamos recuento de inventario, inspección de calidad, recerca de ofertas de menos costo y otras tareas afines. Los guardiantes -nueva moneda, a escala mundial- dominaban nuestro estilo de vida.
  Ese día me correspondía examinar la calidad de las nuevas hachas exportadas de Halfcity.

  Nunca había visto monstruo alguno, pero sí sabía un poco sobre ellos.   Aunque no soy guardiana, Maud, que sí lo es, me dejaba unos cuantos valiosos escritos siempre que me veía.
  Siempre sentí admiración por Maud.   Era una mujer corpulenta y no muy agraciada, pero de valeroso y buen corazón. Ella sí que vio una criatura en una ocasión, mientras sus compañeros y ella revisaban la zona del bosque que se extendía al sudoeste de nuestra ciudad. Era un duende, un ser de peligro a escala 1 -muy inofensivo-. Ella y los demás guardianes lo atraparon y tras traerlo a la ciudad para estudiarlo y descubrir que no hablaba su idioma ni les serviría de provecho, lo ejecutaron.
  Yo estaba segura de que lo hicieron por temor a lo desconocido, ya que un duende no era peligro alguno, según lo que yo había leído.
  Todo era normal en nuestra localidad. No había nada que temer.
  Y entonces vino él.
  Yon Wolfson entró en la ciudad escoltado -más bien retenido- por unos cuantos guardianes veteranos locales.
  Era el ser más aterrador que había visto hasta el momento y no se debía solo por tener un cuerpo peludo y una mirada voraz. Su esencia era la de una bestia.
  Reconocí las características propias de los hombres lobo: su vello abundante, orejas caninas y encías ligeramente afiladas, hechas para desgarrar.
  -¡Es una bestia! -gritó alguien a mi derecha-.
  Los habitantes de Highland y su destreza en decir lo evidente.
  Y así, otros muchos siguieron soltando gritos y quejas. Mientras el hombre lobo seguía su trayecto hacia alguna parte, todos se alejaban, prestos hacia sus casas, atemorizados.   Yo no. Yo estaba ansiosa por examinarle de cerca.
  Tal vez por ser la única persona que permanecía en la calle, o puede que por mi mirada curiosa y exenta de temor, él giró su cara en mi dirección y clavó su feroz mirada en mí. Luego, esa mirada también se volvió curiosa y se tiñó de algo más que no supe identificar. Luego él y los guardianes entraron en la gran Casa Del Interrogatorio.

La Reina De Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora